El canciller alemán, Friedrich Merz, en el Bundestag.
28/05/2025
Periodista
2 min

Atención a esa frase para la historia. La ha pronunciado el canciller alemán, Friedrich Merz: "Alemania tiene la obligación de exigirse una mayor contención que ningún otro país en la Tierra a la hora de dar consejos a Israel en público. Pero cuando se traspasan líneas rojas, cuando el derecho humanitario internacional es realmente violado, el canciller alemán también tiene la obligación de decir algo al respecto".

Pocas afirmaciones como esta permiten entender que estamos en otra página de la historia. Alemania sabe cuál es la culpa criminal que siempre arrastrará con relación al pueblo judío, pero después de admitirla y explicarla en las escuelas en un ejercicio constante de memoria, ochenta años después de liberados los campos nazis de exterminio, se siente en la necesidad de demostrar que su silencio sobre la limpieza étnica en Gaza no puede ser el mayor aliado de Israel en Europa.

Ahora, claro, hay que hacer lo difícil, que es pasar de las palabras a los hechos. ¿Cómo se hace para oponerse a la ley del más fuerte, que es la ley más imperante que nunca? Putin redobla la agresión a Ucrania, Netanyahu hace lo propio en Gaza, ambos sin que les importe el coste reputacional, y Trump lleva a presidentes a su despacho para ser humillados en público. El ejemplo que el mundo recibe sobre las relaciones internacionales se convierte en un terrible mensaje para las relaciones personales: lo importante es ganar, al precio que sea, dar miedo y de paso blindarse de cualquier crítica interna. Con su crítica pública a Israel, Alemania ha subrayado el comienzo de una era sombría, con más fuerza y menos derecho.

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