Alquiler de habitaciones

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Un bloque de pisos de Sant Cugat del Vallès.

Leemos que en Sant Cugat hay amos de pisos que no renovarán los inquilinos, porque pretenden alquilarlos pero por habitaciones. Cada habitación puede costar unos 500 euros, por tanto, cuatro personas, cinco, hacen dos mil euros.

Los pisos que decimos, de Sant Cugat, claramente son para las criadas y mayordomos. Tres o cuatro criadas compartiendo piso, compartiendo, pues, nevera –se hace una cena de batalla y, el fin de semana, se sale a bailar hasta que el cuerpo nos diga lo suficiente– y aseo.

Antes, en los años treinta había la figura del dispeser. Un hombre solo –una mujer, no– vivía de dispeser en una casa. La casa era de una familia y él almorzaba y cenaba con la familia. Tenía un cuarto. Lógicamente, no "sabía" hacerse la comida. Ni le correspondía.

Recuerdo un cuento de Folch y Torres. El dispeser come escudella con su familia y se le cae, en el plato, “una lágrima como un garbanzo”. Para anunciar que una casa admitía dispeseros, lo que solía hacer era poner un papel de periódico en las barandillas del balcón. Y todo el mundo lo entendía.

Hemos compartido casas, cuando hemos sido jóvenes. Yo, incluso, casa de payés, en el Gallecs expropiado. Los estantes de la nevera repartidos, no te comas mi queso de bola, ladrón. Pero lo de ahora, habitaciones compartidas, entre gente que no se conoce, es otra cosa. Los inquilinos comerán peor, porque el derecho a cocina será común, y descansarán peor, porque aquélla no será su casa, y quizá no tengan sofá. Ningún cuadro, claro. ¿Para qué? Ningún jarrón de flores, sólo faltaría, ningún jabón de los platos de oferta, ¿para qué? Que tu casa no sea tu casa, que tengas una cámara hace que el arraigo en el pueblo, en las estaciones del año, en las tiendas, en la vida, sea de circunstancias, porque no es para siempre. Incluso los gatos, perros, ratones tienen más derechos, porque de algún modo se hacen confortable el lugar en el que hacer vida. Esta frase.

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