Mis amigos terroristas

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Miles de personas protestando en el aeropuerto de El Prat llamados por la plataforma Tsunami Democrático.

1. Carles, por las mañanas, dirige clases y actividades para hacer sudar a los socios de un gimnasio con pretensiones. Después del almuerzo, es el primer bailarín de un esbart de renombre. Tiene dos hijos pequeños a quienes, cada noche, por reventado que esté, les lee un cuento a cada uno antes de apagarles la luz. La mañana del lunes 14 de octubre del 2019, tras oír la sentencia del Tribunal Supremo por el referéndum del 1-O, dejó el trabajo y se fue a manifestar a la Plaça Catalunya. Una vez allí, Tsunami Democràtic los envió hacia El Prat. Ya desde las cercanías del aeropuerto, nos fue enviando fotos a los amigos. Se lo veía risueño. Por la noche, me consta que estaba en casa para leerles el cuento a los niños.

2. Maria Teresa es fisioterapeuta a treinta kilómetros de Barcelona. No hay contractura que se le resista. Tiene la agenda llena de un mes para otro y es cumplidora como pocas. Nunca se salta una visita y siempre empieza a la hora. Aquel lunes, cuando recibió el Telegram de Tsunami para decir que había que ir a colapsar la T1, telefoneó paciente por paciente, les dijo que tenía un compromiso y dejó la camilla vacía. Hasta bien entrada la noche, cantó consignas cerca de la terminal. A los pacientes del martes nos explicaba su experiencia de resistencia con más gotas de ilusión que de rabia.

3. Pep es entrenador de fútbol. Ahora está considerado el mejor del mundo, entonces seguramente también. Ese lunes por la noche, el catalán más universal se mojó. En un vídeo de Tsunami Democràtic difundido a no pocos medios internacionales, miraba a cámara y, en un perfecto inglés, denunciaba la sentencia del Supremo contra los políticos catalanes y, con tono grave, advertía al mundo de que España vivía “una deriva autoritaria bajo la que se usa la ley antiterrorista para criminalizar a la disidencia”. Apostaba por la libertad de expresión y aseguraba que “esta lucha no violenta no terminaría hasta que no se acabara la represión”. En este último punto quizás no leyó bien el partido.

4. Jean-Claude, después de andar y arrastrar la maleta para llegar a la Terminal 2, tiene un paro cardiorrespiratorio. El SEM tarda un minuto en llegar. Cinco minutos después llega la ambulancia. Dieciocho minutos después del infarto, el helicóptero está listo para llevarlo a Bellvitge. Según el atestado policial, ni las protestas ni el colapso en la T1 tuvieron que ver con ese deceso por causas naturales. La familia del ciudadano francés, que suficiente pena tiene, no quiere que se instrumentalice la muerte de su pariente.

5. Manuel es juez de la Audiencia Nacional con una línea editorial nada disimulada y un currículum de sentencias que habla por sí solo. El magistrado, que parece el último eslabón visible de la operación Catalunya, cree que la muerte del monsieur es terrorismo. Y que lo es, también, porque ese lunes se cancelaron 45 vuelos, porque los Mossos tuvieron que abrir paso a los controladores aéreos y porque 20 policías resultaron heridos en los disturbios. Él sostiene que Carles y Maria Teresa y los miles de personas que, como mis amigos, colapsaron El Prat para protestar y hacer oír su voz, afectaron a la seguridad aérea. "Terrorismo", dice el juez en la instrucción. Y necesita que le compren el relato porque es la manera, desesperada, pero quién sabe si útil, de conseguir la misión encomendada: que Marta Rovira y Carles Puigdemont no vuelvan a casa.

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