Amnistía: los resentidos y los esperanzados

Madrid, 13 de noviembre: la policía ha restringido el paso de peatones en torno al Congreso de Diputados ante la posibilidad de que se concentren protestas contra la amnistía.
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Hay estos que pasan el rosario por las calles de Madrid en sufragio por la patria que, según ellos, un hombre ha vendido a otro, como el hombre que vendió el mundo de esa canción de David Bowie. Hay también los charlatanes del independentismo, que rumian contrariados porque el pacto con los socialistas –el de Junts, el de ERC, ambos a la vez– les estropea la película que solo ellos se habían imaginado, en la que se reservaban el papel de guías en el recto camino de acceso al pleno dominio de la tierra (esto es de Espriu). Descubrir el propio ridículo suele ser incómodo, y no falta quien reacciona añadiendo un poco más de ridículo todavía.

La realidad poco tiene que ver con traiciones, claudicaciones, victorias o derrotas. Todos los conflictos pasan en algún momento de la fase del enfrentamiento a la de los acuerdos, que tampoco suelen suponer ningún cierre del conflicto, sino el inicio de otra fase, centrada en las negociaciones y el diálogo. La ley de amnistía introduce, sin embargo, en este punto de la historia del conflicto, una novedad sustantiva, que es el reconocimiento de Cataluña como sujeto político, así como el reconocimiento de los agravios adquiridos por Cataluña con el estado español, tanto los históricos como los recientes. Es el punto de partida correcto para empezar a negociar, en vez de la desigualdad según la cual España era el estado, y Cataluña, una mera parte del estado sin personalidad propia que no podía decidir "contra" el conjunto. Ésta era, en efecto, hasta hace poco, la posición de los socialistas, que no sólo sostenían esta desigualdad, sino también que el derecho de autodeterminación ni siquiera existía. Pero la política es un hecho dinámico, y exige cambios que vayan de acuerdo con la realidad.

La realidad es que hoy en día los dos grandes partidos del bipartidismo español están débiles (económicamente débiles) y resisten mal la intemperie fuera del poder. De ahí la sobreactuación furibunda –y probablemente delictiva– del PP estos días, que sobrepasa todos los niveles de intoxicación del debate público que le conocíamos hasta ahora a ese partido, y que ya eran lo suficientemente altos. Y de ahí también, de la necesidad de no quedarse fuera del poder, que el PSOE se avenga a unos pactos que no son tan sólo con los catalanes de centroderecha y centroizquierda, sino también con los vascos de ambos lados, con la izquierda española (con valencianos y mallorquines soberanistas dentro de Sumar), con los ecosobiranistas de izquierda gallegos y con los canarios, siempre descuidados –como los baleares– por España. No es una segunda transición, como se ha dicho, pero sí la posible apertura de una nueva etapa en la democracia en España, después de que la anterior quedara agotada, en gran medida, por la corrupción del sistema político del 78 y por su intransigencia con la diversidad lingüística, cultural y nacional. Del compromiso contra la corrupción y en favor de la diversidad dependerá el éxito o fracaso de lo que ahora, de momento, es un proyecto político expresado en una ley de amnistía.

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