Amor y paciencia

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Un grupo de amigos se reúne por una celebración.

Hemos pasado el fin de semana largo de San Juan en una casa cinco matrimonios que somos amigos de hace años y tenemos entre cincuenta y cinco y sesenta y cinco años. Hemos llenado los días –y las noches– de risas, a menudo derivadas de las discusiones entre épicas y ridículas de pareja, las críticas y los reproches matrimoniales siempre de buen rollo, o las demostraciones del conocimiento profundo que tenemos de nuestro partenaire.

De manera inevitable, y con socarronería, alguien recuerda los años que lleva compartiendo la vida con el otro/a. Entramos en una especie de competición sumando años de convivencia y de noviazgo. De hecho, las cinco parejas hemos superado los treinta años de sobra.

Después, mientras cenamos, nos preguntamos (a los demás, a nuestras parejas ya nosotros mismos) cómo lo hemos hecho para conseguirlo. Todos admitimos que, como dirían Manel, nos ha costado Dios y ayuda llegar hasta aquí. Pero diría que todos estamos contentos.

¿Y cuál es el secreto? Nos ponemos de acuerdo en que se trata más bien de una receta con varios ingredientes. La lista es larga: respeto, sentido del humor, empatía, generosidad, comprensión, sinceridad, comunicación. Cada uno los colocaría en un orden de prioridad distinto, pero más o menos ésta sería la fórmula.

A la hora de los postres, cuando ya hemos hablado un poco de política y un poco del estado de salud, una pequeña fricción anecdótica entre marido y mujer nos hace volver de repente a la conversación de antes. "Es una tontería, pero hace tantos años que lo aguanto!" o “hay pequeñas cosas que quizás al principio te gustaban, pero que al cabo de los años cansan”..., “o se hacen insoportables”, remacha el clavo alguien.

La conclusión cae por su propio peso: nos podíamos haber ahorrado la lista que hemos elaborado hace un rato porque el ingrediente principal o, mejor dicho, imprescindible, para las relaciones de amor de larga duración es la paciencia.

Por eso hablamos de “perder la paciencia” o “cargarse de paciencia”, dice lo que siempre tiene la frase hecha a punto. Pero su mujer le rectifica: “no, por eso decimos 'armarse de paciencia', porque es la única arma que podemos utilizar si queremos que el matrimonio sobreviva”.

Todavía existe una última precisión, muy bien recibida: “Paciencia no significa resignación”. Estamos todos de acuerdo, como también coincidimos en señalar que en esta época que nos está tocando vivir, la paciencia no parece tener precisamente posibilidades de triunfar. Es la sociedad de la inmediatez, que se nos ofrece a menudo a expensas de la reflexión.

Mientras todo esto ocurre, uno de nosotros se pelea con su teléfono móvil porque quiere enviar un Bizum y no puede. Toca asustado las teclas del teléfono y se enoja. El amigo que debía recibirle le dice que tranquilo, que ya lo hará más tarde, o mañana. "No, quiero hacerlo ahora para no pensar más".

Su mujer le regaña: “¿Lo ves? Eres un hacha y un ansioso. ¡Tienes que tener paciencia!”. Él la mira amorosamente y responde: “Llevo treinta y ocho años”.

Entre risas, él mismo levanta la copa y propone un brindis: “¡Por ​​la paciencia!” y hacemos chocar las copas.

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