Antonio Negri en Madrid en 2004.
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El 16 de diciembre moría en París ya la edad de 90 años Toni Negri, el último gran intelectual de aquella añorada Europa de la revolución social. Hoy, en pleno siglo XXI, el proyecto emancipador europeo, nacido con la modernidad, agoniza en alma y cuerpos. Recordémoslos.

Durante casi medio siglo, Toni Negri encarnaría el deseo de diseño de una Europa —la de la segunda parte del siglo XX— en plena ebullición ideológica después de la Segunda Guerra Mundial. Desde los últimos años sesenta y sobre todo en los setenta —años agitados por la utopía de los adoquines parisinos del 68 y por las luchas antagonistas de los movimientos antidictatoriales en España, Portugal y Grecia—, Negri lideraría una idea radical de democracia ciudadana que se opondría a la vieja idea de Estado, tan bien ejemplificada en la Francia de De Gaulle y también encarnada en la Italia de la histórica pinza entre democracia institucional, catolicismo y comunismo burocrático de los años de Andreotti y Moro. Como el propio personaje afirmaba en una entrevista del 2019 en El Salto, Negri era un “hombre del siglo XX”, empujado por Mayo del 68 a articular “un proyecto de vida militante, un proyecto de vida común”. No ha habido ninguna idea más ambiciosa de comunidad política que la Europa postnacional, y quizá por eso Negri simboliza la imagen vetusta, revolucionaria y disidente del corazón de Europa.

Aunque desde una tradición bien distinta, una figura igualmente relevante para la historia de Europa moría la semana pasada. Jacques Delors, presidente de la Comisión Europea durante la era prodigiosa del proyecto europeísta, entre 1985 y 1995, fue el único presidente en repetir mandato y el encargado de dar en 1993 el pistoletazo de salida al proyecto de la Unión Europea con la firma del Tratado de Maastricht. De él serían proyectos como la creación del espacio Schengen, que creaba una nueva idea de identidad supranacional abriendo las fronteras, o el programa Erasmus -el plan de movilidad de los estudiantes universitarios europeos-. La voluntad de trascender los marcos del estado-nación, tan característicos de las luchas fratricidas de la Europa de la primera mitad de siglo XX, fue siempre el centro de su acción política. Francés, socialista y cristiano, Delors representaba el derecho a una utopía colectiva desde dentro de las instituciones: Europa como proyecto político.

También en estas fechas navideñas, donde la nostalgia tan adscrita a cierta tradición de izquierdas se hace universal, leo dos voces con cierta carga de melancolía: Timothy Garton Ash y Manuel Castells. El historiador británico publica un libro tan memorable como rasgador: Europa, una historia personal (Arcadia, 2023). Como la biografía personal y política de Toni Negri o el legado a medio cumplir de Delors, este catedrático de estudios europeos de la Universidad de Oxford y gran defensor de la idea de Europa atestigua en primera persona a medio siglo de una Europa que se asoma alerror del sistema. Garton Ash ha escrito y reflexionado sobre Europa y Occidente desde hace décadas, con libros importantes como Mundo libre: Europa y Estados Unidos ante la crisis de Occidente (Tusquets, 2005). En ese caso, en plena travesía de lo que el autor denomina “la década triunfante” del continente (1990-2007), Europa encarnaba la gran promesa de la libertad y del progreso. Hoy, su discurso ya no es tan optimista, sino reveladoramente desolador.

Del 11 de junio de 2023 son las palabras de una entrevista a Manuel Castells republicada este diciembre en La Vanguardia. En plena primavera del pasado año, cuando todavía no había estallado el último conflicto de trascendencia para Europa (Israel/Gaza), Castells alertaba de que “la invasión de Ucrania ha entregado la Unión Europea a la OTAN, que es ahora más importante que la integración europea”. El belicismo que impregna de nuevo la geopolítica global, donde Europa desempeña un papel más de espectador incómodo que otra cosa, es un claro signo de la incipiente derrota de la idea republicana, humanista y comunitaria de Europa. Quizás no asistimos al final de Europa como unidad política, pero sí al retorno de la vieja pasión europea como motor de guerra y de sueños imperiales que alimentaron al joven siglo XX.

La muerte de dos figuras tan antagónicas como Negri y Delors apunta a un mismo dolor: una especie de muerte en vida de la idea de Europa como utopía colectiva. Europa no encuentra espacio para su futuro —al menos un futuro emancipador—, como demuestra el auge en diferentes países del continente de autoritarismos de carácter reaccionario que reclaman el retorno al pasado en vez de imaginar un futuro juntos. No es casual que llegue en 2023 el primer ensayo de Garton Ash escrito en primera persona, desde las entrañas de una vivencia en cierto punto afectada por sueños no acaecidos.

De hecho, cada vez más autores recuperan la melancolía para referirse- al vínculo con Europa y no sólo a la idea revolucionaria de emancipación. Pero, aunque definido por Garton Ash como en “estado vacilante” desde la gran crisis económica de 2008, el Viejo Continente es todavía una idea de esperanza, entendida como la describió Václav Havel en Disturbing the Peace: "La esperanza no es un pronóstico" sobre el futuro. No es la convicción del éxito. Es, en todo caso, "la certeza de algo que tiene sentido". El largo bagaje de luchas y victorias sociales que Europa arrastra en el último medio siglo es un motivo suficiente para seguir combatiendo el belicismo y el estatismo del pasado con nuevas utopías colectivas y ciudadanas.

Europa tiene derecho a imaginar el futuro, pero sobre todo la obligación de pensar su presente. Figuras que han pensado la vida colectiva y real como Negri ya no están con nosotros; es hora de nuevas voces, de nuevas tradiciones y de nuevos imaginarios de solidaridad, progreso y bienestar social global que, seguramente, tendrán que surgir de la vieja e ilustrada Europa.

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