Argentina y nosotros

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Simpatizantes de Milei celebran en las calles su elección como presidente de Argentina.

Ya no hace falta hacer ninguna presentación ni descripción del nuevo presidente de Argentina, Javier Milei, porque con los 18 segundos de vídeo que circulan masivamente por las redes, en los que se le ve celebrando la victoria en la noche electoral, el personaje queda perfectamente descrito y presentado. Milei brinca por encima la tarima, va de un lado a otro, sacude los brazos como si recibiera descargas eléctricas, tiene los ojos exorbitados y un rictus en la boca, entre feroz y apaleado, y grita sin paradero: “¡Libertad! ¡Libertad!” Como la mayoría de populismos neofascistas del mundo, la justificación de su discurso es la apelación a la libertad, una noción que, en el siglo XXI, tanto puede remitir al poema de Paul Éluard Liberté como al individualismo más agresivo e insolidario, como a la exaltación nacionalista más furiosa y autoritaria. Libertad para atropellar a los demás, para pasar por encima de los pobres y de los desvalidos: éste es el tipo de libertad que representa Milei, y sus maneras insultantes y violentas quieren encarnar, también, la libertad de ir por el mundo intimidando a quien se ponga en su camino. Es un discurso que se inspira en el libertarianismo norteamericano, un abigarrado cruce donde confluyen puntas de discurso en principio heterogéneas como el liberalismo, el puritanismo y la acracia. Milei, sin embargo, lo ha adaptado a la argentina manera, dando respuesta, con esta receta, a una clase política que él describe como decadente y corrupta. Esto último no es falso, o no del todo: los populismos neofascistas se caracterizan por la habilidad a la hora de construir mentiras enteras a partir de medias verdades.

Donald Trump, que es otro producto de ese libertarianismo, ha felicitado y aplaudido a Milei. También lo han hecho Bolsonaro en Brasil, o Abascal en España. Otra cosa que tienen en común estos líderes es presentarse como salvadores de una patria en peligro, o, como ya se ha dicho, en decadencia. Podemos remontarnos a Hitler ya la Alemania de los años 30, si no fuera que la utilización del nazismo y el Tercer Reich como elemento descalificador del adversario también se le han hecho suya los nuevos populismos con su gran baza, que es la tergiversación constante del lenguaje.

En fin. Nos escandalizamos con Argentina, pero el circo de patriotas muy patriotas que levantan el brazo al grito de Viva España (legitimados por PP y Vox, por una corte celestial de medios de comunicación y por el rey de España, que hace gestos de mimo contrariado cuando no le complace el nuevo gobierno), no resulta mucho menos histriónico que Milei con su sierra mecánica. Que la vicepresidenta de Milei, Victoria Villarruel, diga que, entre Madrid y Barcelona, ​​se quede con Madrid porque "no hay catalanes" demuestra dos cosas. Una, la burricie profunda de esta mujer, característica también universal de los populismos neofascistas. Y dos, y eso debe enorgullecernos, la fuerte tradición antifascista del independentismo catalán, un compromiso que hay que revalidar y primar, ante los propios salvapatrias y vendedores de jarabes patrióticos.

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