Estudiantes de la escuela Senador Obama, en el pueblo natal de la familia paterna del presidente estadounidense. THOMAS MUKOYA / REUTERS
21/03/2025
Director adjunto en el ARA
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De todas las decisiones disruptivas –para poner un adjetivo que no delate a mi indignado desasosiego– que ha tomado Donald Trump, la que tiene un calado ideológico más hondo e inquietante es la de desmantelar el departamento federal de Educación. El gobierno del país más poderoso del mundo cree que la educación no merece un departamento propio, tal y como ha tenido en los últimos 45 años (se creó en 1979). Cierto es que los estados federales tienen la mayoría de competencias, pero el gesto de despreciar las propias, de competencias, ya delata qué importancia se le da a la educación: algo sencillamente prescindible. Trump y Musk creen que no pasa nada si de un día para otro despiden, como han hecho, a más de un millar de funcionarios de este departamento. Zasca!

Dejan claro que su trabajo no sólo era inútil, sino directamente dañino. Ponen de manifiesto su indisimulada voluntad de señalar el mundo de la educación como poco fiable, como terreno enemigo. Las escuelas como madriguera de progresistas indeseables que promueven «contenidos raciales, sexuales o políticos inapropiados». Así estaba escrito en el programa electoral republicano, donde, en cambio, se hacía énfasis en garantizar el derecho de «rezar y leer la Biblia» en las escuelas. Trump no tiene ningún problema en llevar la guerra cultural y política al corazón de la educación. Como los que aquí, en Cataluña, llevan años intentando, con la complicidad de la justicia, instalar una fractura lingüística en las escuelas. La diferencia, nada menor, es que en Estados Unidos es directamente el presidente del país quien lidera el ataque.

Un ataque que de paso también va directo contra la igualdad de oportunidades, ya que hasta ahora la misión principal del departamento federal era dar ayudas a los alumnos más vulnerables, tanto por motivos de renta como de discapacitados. Aunque han dicho que les salvarán, hay serias dudas de que sin los trabajadores públicos que las gestionaban ese dinero lleguen a destino. Lo que de repente se ha instalado entre los centros receptores y sobre todo entre las familias afectadas es una gran sensación de indefensión e incertidumbre. Desde la alta geopolítica y la alta economía, hasta los hogares más humildes, el gobierno de Trump, en lugar de dar confianza, está generando inestabilidad, caos y miedo. Una curiosa y sintomática forma de mandar.

¿Y qué les debe estar pasando por la cabeza a los educadores de EEUU? El mensaje político explícito trumpista es que hay muchos que no son de fiar y que, por tanto, hay que acorralarlos, atemorizarlos y, si se puede, despedirlos. Es el mismo miedo que ha empezado a esparcir entre los profesores y estudiantes universitarios. Quien salga a la calle a manifestarse por Palestina o por lo que sea corre el peligro de ser expulsado o incluso encarcelado. El pensamiento autónomo y la libertad de opinión han pasado a estar bajo sospecha. Las universidades hostiles al presidente no recibirán fondos económicos. El país de la libertad en la práctica está diciendo adiós a la libertad de cátedra. El ataque es doble: con el ahogo financiero y con cacería de brujas. Vuelve el maccarthismo. Es fácil sembrar el pánico. Por ejemplo, se acaba de negar la entrada en Estados Unidos a un profesor universitario francés porque su móvil tenía grabados comentarios personales contra Trump; le pusieron en la casilla de «terrorista». Aquí ya sabemos muy bien que lo de «terrorismo» es un chicle que sirve para sacar de circulación los desafectos necesarios.

En los EEUU de Trump, la educación debe servir a partir de ahora, no para crear ciudadanos bien formados, libres, comprometidos y críticos, que piensen por sí mismos, sino para crear ciudadanos obedientes y sumisos. Es decir, por adoctrinar en la verdad única trumpista. Dios, patria y... ¡Trump! Mira por dónde, por fin triunfa el carlismo, pero trasladado a Norteamérica y con un rey plebeyo millonario y maleducado. Realmente, les Estados Unidos estan viajando hacia atrás en el tiempo, al peor populismo autoritario del siglo XX y al peor tradicionalismo del XIX. De su mano, el mundo en general, y el de la educación en particular, corren una suerte incierta, un descarnado peligro de involución global. Eduquemos a los niños en libertad antes de que abracen la falsa libertad trumpista.

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