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Carles Puigdemont

El apoyo de Carles Puigdemont a la investidura de Pedro Sánchez abre una nueva etapa política en España y en Cataluña. Muestra de la importancia del pacto es el calibre de la munición dialéctica de la derecha y la extrema derecha españolas y la grandilocuencia de sus arengas patrióticas.

El expresidente de la Generalitat aterriza en la política interna pragmática seis años después con un acuerdo que es, sobre todo, el pacto de un relato.

Puigdemont y Junts pactan la amnistía y sientan las bases para una mesa de negociación entre partidos con un verificador internacional. Pero antes de sentarse pactan con el PSOE un relato que admite que el conflicto es histórico, que la rotura cristaliza con la sentencia del TC sobre el Estatut y que "sólo la política en democracia puede canalizar" el conflicto.

Básicamente, el pacto es un acuerdo en el desacuerdo, que en positivo sirve de relato compartido y justificativo y que en negativo tiene las consecuencias de inflamar aún más la política española, que no escatima medios contra el presidente socialista. Con la mesa puesta, durante la legislatura Junts empezará a negociar las tradicionales reivindicaciones del soberanismo en materia de reconocimiento nacional, pacto fiscal, etc. Puigdemont ha acordado una amnistía, que no es poco, y le ha demostrado al PSOE durante la negociación que sólo era cuestión de tiempo que la utilización política de la judicatura les afectara. El pacto es un monumento al pragmatismo de Junts y del PSOE y está bien que lo sea. Ambos han cedido: ni cobro por adelantado ni Puigdemont volverá esposado.

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