Barcelona, Milá y la goma de pollo

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Bodegón de diseños de Miguel Milá

Tenía 93 años, era ley de vida, y sólo hablé una vez, pero cuando leí que Miguel Milá había muerto este verano sentí pena personal, la nostalgia de una época y la alegría de ser contemporáneo . Milá fue diseñador de objetos que han pasado a la historia del diseño (su hermano Leopoldo creó la Montesa Impala), entre ellos la célebre luz TMM, nacido en un concurso para amueblar un piso con menos de 50.000 pesetas. “La pantalla se sostiene con una gometa, porque pensé que si se rompía, en todas las casas hay una goma de pollo”, explicaba Milá. Cuando le dije que era un poco pedestre que la luz se encendiera y se apagara tensa de un cordón me contestó que “sí, pero muy cómodo, porque no hay que mirar dónde pones la mano”.

Las observaciones de Milá eran tan lógicas y desnudas de efectismos como sus diseños: “Una luz está más tiempo apagada que encendida, por lo que hay que cuidar mucho su forma para que contribuya al espacio de la forma más emocionante posible”. O sea, el objeto debe ser práctico, pero debe entrar por los ojos, y esta pretensión estética no debe confundirse con el lujo sino con el confort, a partir de la premisa de que el lujo no siempre es confort, pero el confort es un lujo. Considerado de esta forma, con Milá se va un educador del gusto, que es una especialidad de la que no vamos demasiado sobrados, precisamente.

A una ciudad le da imagen una Copa América, pero el alma descansa en los intangibles que proporciona lo original y bien hallado, propio de su cultura. Hubo un tiempo que tuvimos la mano rota en Barcelona. Y viene de lejos: qué placer no provoca señalar el sillón de Mies van der Rohe y preguntar al acompañante: “¿Sabes cómo se llama esta silla?”

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