Barcelona, ponte limpia

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Escombreries esparcidas junto a containers en la calle Guifré, al Arrabal.

En 1985, Barcelona ponía en marcha una ambiciosa campaña para cambiar su imagen: Barcelona, posa't guapa (Barcelona, ponte guapa). La Barcelona democrática, al inicio de su transformación urbanística, quería dejar atrás la imagen gris de la dictadura, degradada por el humo y la suciedad adheridos desde hacía décadas en las fachadas. Se trataba de devolver los colores del Modernismo a la ciudad, a la vez que se ganaban espacios públicos, se convertía en zona de peatones el centro histórico, se ponía mobiliario urbano de diseño, se creaban nuevas centralidades y se empezaba a hablar de la apertura al mar. En pocos años la ciudad se dio la vuelta como un calcetín, los edificios se llenaron de andamios y lonas, en un esfuerzo conjunto público y privado. Nadie se quería quedar atrás. Todo el mundo aspiraba a ser un poco protagonista de una ciudad más limpia, más cívica, más ordenada. Los barceloneses recuperaron el orgullo y la ciudad efectivamente fue cambiando para bien, hasta el estallido definitivo de los Juegos Olímpicos, cuya la inauguración el próximo lunes hará 30 años.

Aquella Barcelona del cambio, optimista y dinámica, queda lejos. Ahora, de golpe, con el regreso masivo del turismo, han vuelto a aflorar los problemas de los últimos años, con los precios de la vivienda como elemento más preocupante, pero con otras cuestiones que han hecho mella, empezando por la suciedad. Nos habíamos acostumbrado a una ciudad que destacaba por la pulcritud y ya no es así. Siempre puede haber un componente de subjetividad y puede ir por barrios, pero sea por el exceso (y el tipo) de visitantes, sea por un civismo que ha ido a la baja, Barcelona está más sucia hoy que hace una década. Los sucesivos ayuntamientos no han conseguido revertir la situación. Por supuesto: no todo se puede solucionar con más medios y más gasto. Haría falta también un rearme de la conciencia cívica de los barceloneses, de su compromiso con la pulcritud. Pero sorprende, como explicamos hoy en el diario, que en el año en que afloró más la suciedad, el 2021, el consistorio destinara menos limpieza que el año anterior: se gastaron 168,8 millones en limpieza de las calles, el 91,3% de lo que se había presupuestado y 6,4 millones menos que en 2020. Y en recogida de residuos, 76,7 millones, es decir, 5,7 millones menos que el año anterior, a pesar de que en este caso sí que se agotó la partida prevista. Se ve que, contablemente, el plan de choque (de 70 millones) que se puso en marcha el octubre de hace un año no computó hasta el presupuesto del 2022, cuando en marzo se puso en marcha el nuevo contrato de la limpieza. Hay otras explicaciones técnicas que habrían camuflado gastos del 2021.

Pero presupuestos y partidas al margen, la realidad es que tampoco este 2022 se nota bastante un cambio en la limpieza. Barcelona tiene mucho margen de mejora. La recogida selectiva de basura no avanza al ritmo adecuado: solo ocho municipios metropolitanos cumplen los objetivos europeos, y Barcelona no es uno de ellos. Hay el problema de los grafitis, de los botellones, de la degradación de ciertos entornos... De forma que del histórico Barcelona, posa't guapa tendríamos que pasar al Barcelona, posa't neta (Barcelona, ponte limpia). Es una demanda ciudadana a la que hay que responder con políticas transversales. Y si la gente ve hechos, muchos ciudadanos se implicarán. Porque los barceloneses aprecian su ciudad.

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