Barriendo nuestro trozo de acera

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Un conserje con mascarilla barriendo una portería, en el centro de Barcelona, durante la pandemia

Imaginen que les detienen por calle y les hacen la pregunta de la reciente encuesta municipal de Barcelona sobre cuáles son los principales problemas de la ciudad. ¿Qué contestarían? En el último estudio, los tres primeros en salir han sido la inseguridad, el acceso a la vivienda y el turismo. Quizás los de fuera de Barcelona dirían que cada vez les hace más manía tener que entrar, que la encuentran antipática por densa, porque todo son obstáculos, sobre todo por la circulación con el coche; y que es una ciudad carísima. Y los que vivimos denunciaríamos que no podrán vivir nuestros hijos. Qué contraste más amargo: Barcelona tiene unas condiciones naturales tan extraordinarias que parte del problema es su muerte de éxito, de la mano con la capacidad extractiva del turismo y la codicia inmobiliaria. Y sin embargo, todavía hay gente de todo el mundo que sueña con instalarse. ¿Qué nos separa de la alegría (relativa, como todas las cosas de la vida) de vivir en ella?

Uno de los factores que hemos perdido en el camino ha sido la pérdida de vinculación con la ciudad. Les pondré un ejemplo: cuando había porteros y porteras en tantas casas, el trozo de acera de delante del portal siempre estaba limpio. Ahora limpiamos (más o menos) pero de puertas adentro, la acera no es cosa nuestra. Ni la basura, ni los trastos viejos, ni los parques, ni la circulación, ni nada de lo que pase de la puerta de casa o del negocio hacia fuera. Si añadimos la cantidad de pasavolantes que no aspiran a echar raíces, o de la cantidad de gente que suficiente trabajo tiene con su vida, a quien le interesa el bien común de la ciudad expresado en hacer un espacio que todo el mundo sentido como suyo?

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