Neus Bonet y Quim Monzó han empezado a plegar este domingo. Una se jubila de la radio y la otra ha anunciado que deja de escribir artículos en prensa. Todavía puedo oír a Neus retorciéndose de risa con la sección que le hacían el Monzó y el Pàmies por la tarde de Catalunya Ràdio. Anunciaban un tema pero no le hacían avanzar más allá del planteamiento, a base de abrir un árbol de subtemas, que a su vez se subdividían en todo de derivadas inesperadas. Con personalidades muy distintas, los tres son del tipo de profesionales cumplidores, con un sentido del humor irónico tan alejado del graciosismo que ahora se lleva.
Te cruzabas con Neus por los pasillos, por donde caminaba como si fuera a cumplir una misión, y te dejaba caer una observación sobre la dirección de la radio o el Gobierno de turno, tan lacónica como desgarradora. Su voz y su trabajo sonaron igual de impecables hoy que el primer día. Por su parte, Monzó ha dicho que quiere aprender a jugar en la butifarra, pero en realidad, si algún arte ha dominado a lo largo de los años de articulismo ha sido, precisamente, el de servir una butifarra al fuego lento de su lógica, siempre en guardia frente a las unanimidades, las modas y el progresismo sostenible.
Creo que sólo he visto a Monzó encorbatado dos veces, una en la Feria del Libro de Frankfurt, cuando pronunció aquel discurso canónico sobre la literatura catalana, y otra que tenía que ir a toda prisa a La Vanguardia porque le iban a visitar los entonces príncipes Felipe y Letizia. La princesa le dijo que él era el que más miedo le daba, y Monzó, para romper el hielo, le hizo una pregunta de complicidad: “A ustedes, cuando van de visita por los sitios y hacen que sí con la cabeza, no les interesa demasiado lo que les cuentan, ¿verdad?”