Boris Johnson: el rey iba desnudo
La política como irresponsable espectáculo populista. Esto ha representado Boris Johnson como primer ministro del Reino Unido. Y así pasará a la historia. Personalista e histriónico, pillado una y otra vez con medias verdades y flagrantes mentiras, incapaz de trabajar en equipo, inhábil para encontrar consensos y demasiado diestro en la confrontación sin matices, después de haber logrado unos resultados extraordinarios en las urnas al final ha conseguido enervar incluso a los suyos hasta hacerse expulsar de Downing Street. El final de partida ha resultado patético. Su resistencia numantina de los últimos meses solo le ha servido para quedarse en la más absoluta soledad. Su éxito póstumo habrá sido una inédita unanimidad en la política inglesa: todos contra él, no solo en la oposición, sino también en su propio partido. El rey iba desnudo. Ahora todo el mundo dice que ya lo veía.
El uso instrumental del Brexit como bandera frentista (con el país claramente fragmentado en dos mitades, una Unión Europea irritada y distanciada, el callejón sin salida en Irlanda y el renacimiento del reto independentista en Escocia), la errática gestión de la pandemia (como Trump o Bolsonaro, fue de los que al principio minimizaron el coronavirus hasta que fue ingresado él mismo en un hospital) y una economía trastornada por la expulsión de talento, la falta de trabajadores en sectores clave y sobre todo la preocupante inflación del 11% son el triste legado que deja Boris Johnson, el cual, aun así, ha acabado cayendo no tanto por todo esto cómo por la acumulación de capítulos del Partygate pandémico: en el mundo anglosajón, a diferencia de en otras latitudes, las falsedades se pagan.
La democracia inglesa ha acabado expulsando a un líder que la estaba carcomiendo desde dentro, desde arriba. A pesar del momento delicado para el país, a pesar de la inestabilidad añadida que comportará –incluidos tres peligrosos meses de interinaje–, la caída del premier es una tranquilizadora noticia tanto para el Reino Unido como para el conjunto de las democracias liberales. El mensaje es que, en un estado de derecho sólido, un gobernante no tiene impunidad para la quebradiza institucional y social. No puede ir por libre, al margen de todo y de todo el mundo. Igual que Trump, pero con otro estilo y con una dimensión diferente, Johnson se había convertido en un auténtico problema público.
El reto británico es ahora encontrar un recambio político con rapidez dentro de las filas conservadoras para acortar la debilidad gubernamental y acelerar el relevo. De lo contrario, la agonía se hará muy larga. Dado el momento delicado que vive el Reino Unido en un contexto de crisis económica y cambio político global debido a la guerra de Putin en Ucrania, lo mejor es pasar página y recomenzar. Pero el partido tory no lo tendrá nada fácil. El auge y caída de Johnson, que se marcha sin hacer ni una brizna de autocrítica, deja un panorama interno desolador: bien es verdad que demasiada gente le ha hecho el juego durante demasiado tiempo. La credibilidad de los conservadores ha quedado seriamente tocada. Se abre una nueva etapa, y tampoco será fácil.