El calor y la economía: una partida en movimiento

Un trabajador de obra bebiendo agua
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Un informe reciente de Allianz Research ha puesto cifras al impacto económico de las olas de calor. Según sus cálculos, el exceso de calor este verano podría restar hasta 0,5 puntos porcentuales al PIB europeo y, en países como España, hasta 1,4 puntos.

Quiero felicitar a los autores del estudio, está hecho con un gran rigor metodológico. Se trata de un ejercicio técnico basado en parámetros contrastados por la literatura académica. El cálculo combina datos de temperatura (días con más de 32 °C), su distribución geográfica y elasticidades derivadas de estudios previos que relacionan calor extremo con productividad laboral y coste económico.

Aunque sea aproximado, este tipo de ejercicios forman parte del arsenal habitual de los investigadores en ciencias sociales. Si no se cuantifica, no se diagnostica, y tampoco se actúa.

Ahora bien, dicho esto, hay que recordar una idea fundamental: la economía es movimiento. La economía no es una función matemática cerrada. Es una partida de ajedrez viva. Si amenazas a la dama con el caballo, el otro moverá el alfil, y el tablero cambiará. La economía es una cadena de decisiones.

Lo que nos dice este informe no es solo que el calor reduce el PIB, sino que los climas extremos ya nos obligan a transformar la forma en que producimos, trabajamos y organizamos la economía. Lo interesante no es la cifra, sino lo que anticipa.

Si el calor, como alerta Allianz, encarece el trabajo, reduce la productividad o impide trabajar a ciertas horas, los agentes económicos reaccionarán. Las empresas no aceptarán pasivamente una caída de la rentabilidad. Cambiarán horarios. Reducirán jornadas. Mejorarán la climatización. Sustituirán a personas por tecnología. Buscarán nuevos productos, nuevos servicios. Modificarán la estrategia.

¿Cuál será la reacción final? ¿Qué pasará? Esto no lo sabemos a ciencia cierta. Podemos intuir decisiones, pero la realidad y el verdadero impacto del calor en la forma en que producimos y nos organizamos todavía está por ver. Esto sí que no se puede prever ni cuantificar. Solo podemos suponer y hacer hipótesis.

Y es aquí donde radica la belleza —y el desafío— de la economía como ciencia social. Podemos medir impactos, construir modelos, anticipar tendencias. Pero lo que no podemos hacer es prever todas las decisiones futuras que estos impactos van a desencadenar. Esta imprevisibilidad no invalida a los modelos: los justifica. Porque la economía es, en definitiva, una ciencia del comportamiento humano.

Por eso es tan difícil. Por eso es tan fascinante.

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