La cara B del cultivo de soja

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Almacén de soja de la multinacional exportadora Cargill a Bahia.

BarcelonaMuy a menudo el desarrollo económico en el Primer Mundo tiene una cara B en los países subdesarrollados. Lo vimos, por ejemplo, con los reportajes de Francesc Millan desde el Senegal, en los que se explicaba como los grandes barcos europeos de pesca han agotado los caladeros próximos a la costa y han condenado a la miseria a muchos pescadores tradicionales que después se ven obligados a emigrar a la misma Europa que los explota. Pues bien, dos periodistas del ARA, Sònia Sánchez y Ruth Marigot, han viajado en esta ocasión al Brasil, en concreto a la sabana del Cerrado, en el estado de Bahia, un ecosistema ahora en peligro por la deforestación provocada por las grandes explotaciones de soja transgénica, ingrediente imprescindible para fabricar el pienso con el que se alimentan, entre otros, los cerdos catalanes.

Estas plantaciones están cambiando la fisionomía de aquella parte del planeta y amenazando las formas de vida de las comunidades tradicionales, a las que se busca expulsar de sus propiedades, a veces con violencia e intimidación, para poder ensanchar los cultivos. El reportaje, realizado en colaboración con la ONG Grain, especializada en investigación sobre alimentación mundial, dibuja muy bien el coste medioambiental y humano que tiene la producción masiva de soja que sirve para alimentar el ganado europeo, una realidad incómoda en la que hay involucradas grandes multinacionales, administraciones y los propietarios agrícolas. A pesar de la mala imagen ecológica que tiene la industria, el sector primario es directamente responsable del 12% de las emisiones de efecto invernadero, sobre todo por la agricultura y la ganadería intensivas. Llama la atención también que si bien la Unión Europea prohíbe en su territorio los cultivos transgénicos, sí que permite la importación, de forma que igualmente acaba llegando al consumidor.

Precisamente, el consumidor europeo tiene que tomar conciencia de estos costes y de lo que se esconde detrás de los precios asequibles de la carne y la alimentación en general en el Primer Mundo. Los mismos productores catalanes a menudo desconocen esta realidad porque las multinacionales tienen la manera de ocultarlo y se amparan en legislaciones ad hoc, pero la realidad del mercado hace que, si quieren ser competitivos, tengan que recurrir a este tipo de pienso. La solución pasa por más transparencia, porque se cumplan las directivas de la Unión Europea y porque los consumidores premien aquellos productores que sean más sostenibles.

En paralelo, el sector del cerdo catalán, que representa el 27% de la producción europea y el 44% de la española, también se tiene que poner las pilas para evitar tanto su impacto medioambiental aquí como que su crecimiento se haga en detrimento del medio ambiente y las comunidades agrícolas de la otra punta del planeta. En un mundo globalizado, ya no podemos ignorar que lo que nosotros hacemos en nuestra casa acaba repercutiendo en un poblado senegalés o en una comunidad indígena brasileña. Como se ha demostrado con la pandemia, todos estamos conectados de alguna manera. Y el planeta se tiene que ver como un todo y no como un lugar donde el Norte, es decir, nosotros, puede explotar al Sur sin esperar consecuencias a cambio.

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