Los especialistas en tormentas, en crearlas y mantenerlas, son felices estos días: la volvemos a tener muy bien cargada a propósito del catalán. Podríamos pasar y esperar la calma, pero es que estos meteorólogos lingüísticos olvidan la realidad de las personas que, debajo de las nubes cargadas, se mojan.
Los jueces, analfabetos de pedagogía, piensan que la vida escolar puede tener parcelas de lenguas. Los padres que reclaman castellano maltratan a sus hijos sometiéndolos a la singularización extraña de la batalla idiomática, que no es la suya ni la de sus amigos. Los que reclaman el poder para imponer el catalán como lengua de país olvidan que la lengua de la vida no es nunca el idioma oficial. Muchos de los polemistas babélicos desconocen cómo funciona la comunicación educativa en un aula. Unos y otros piensan que el catalán no tiene nada que ver con los esfuerzos por renovar la escuela y adaptarla al mundo en el que vivimos. Olvidan la desigualdad (siempre traducida en el uso de una lengua), la mezcla vital de los patios, la profunda segregación del sistema escolar.
Por no discutir de lo que no hace falta, dejemos claro que la lengua básica de comunicación en la escuela, en Catalunya, es el catalán. Igualmente, que, al acabar la educación obligatoria (escuela y otros entornos educativos), los adolescentes tendrían que tener dominadas las competencias lingüísticas básicas para poder usar el catalán y el castellano en los diferentes ámbitos de la vida. Pactado esto, hablemos de la escuela que lo intenta hacer posible.
A final de la escolarización, el reto educativo de hoy no es ni el catalán ni el castellano sino el gran déficit lector, el enorme vacío en la comprensión y las dificultades de expresión oral y escrita. Necesitamos jóvenes que lean, entiendan y usen bien las lenguas para ligar, continuar estudiando o entender la sociedad en la que están. Enfadarse por si unas asignaturas tienen que ser en una lengua u otra es aceptar que la escuela tiene que funcionar por asignaturas. La respuesta a los jueces tendría que ser: “No tenemos asignaturas, no usamos libros de texto, integramos materias y el alumnado busca en internet en la lengua que tenga la web; educamos ciudadanas y ciudadanos que saben relacionarse, comunicarse y aprender en las lenguas de Catalunya”.
Seguir mirando a las nubes y no a la tierra que se moja es olvidar que la lengua de la escuela se quiere cuando se quiere a la escuela. Al alumnado solo le puede gustar el catalán si le puede gustar la escuela. Tened en cuenta, tan solo, las diferencias entre la escuela infantil y la secundaria. A los pequeños les gusta el catalán, lo usan, tratan de dominarlo (a pesar de que quizás no es la lengua de casa) porque es como habla la seño a la que quieren, el vehículo de su felicidad de aprendices. Id a mirar en la ESO y comprobaréis (salvo los buenos amigos profes de catalán que lo hacen muy bien) que buena parte de las confrontaciones adolescentes con la escuela pasan por el catalán (o como mínimo este sirve de pararrayos). Odiar la escuela pasa por odiar su lengua. Como mínimo, habría que tratar de hacer que fueran juntos una buena tutoría (un buen acompañamiento en clave adolescente) y el catalán.
En cuanto a la lengua en la que el profesorado (diverso) da las clases, podemos acordar que lo hacen como pueden, a menudo con la lengua en la que dominan la materia, la que tiene el material que usan, dentro de climas de claustro muy diversos y clases en permanente situación de dificultad comunicativa. La vida de los equipos educativos, la lengua que hablan entre ellos, puede ayudar mucho a la normalización del catalán como lenguaje educativo y didáctico, facilitando que domine el clima escolar. La vida del aula es la seducción permanente para que el alumnado mantenga el deseo de aprender y el placer de haber aprendido, y esto quiere decir tener entre las habilidades didácticas la de mezclar idiomas, recoger las expresiones que usan, ayudar a descubrir maneras más adecuadas de hacerlo. Y esto significa volver a repetir que el profe o la profe de mates también se preocupa por la lengua y que los que se ocupan de las lenguas aceptan las deformaciones cotidianas de la vida infantil y adolescente y ayudan a apropiarse de la lengua, no a dominar la morfología y la sintaxis.
No puedo acabar sin recordar que la injusticia, la desigualdad y la segregación existen y son profundamente significativas en la escuela. Si en algún aspecto es patente la desigualdad de origen es en el uso de las lenguas y, singularmente, de la de la escuela. Si queremos defender el catalán como lengua de convivencia y de aprendizaje, este se tiene que vivir como posibilidad de formar parte, de pertenencia a la comunidad, y como lengua que también es de los pobres.