Quién lo iba a decir, que el país que pusiera más reticencias a la oficialidad del catalán en la Unión Europea no debiera ser Francia, como todo el mundo esperaba, sino Finlandia. El ministro de Asuntos Exteriores de ese país, Anders Adlercreutz, miembro del Partido Popular Sueco de Finlandia, conoce bien a Catalunya, donde hizo un Erasmus cuando estudiaba arquitectura, e incluso habla un poco el catalán. Sin embargo, no ve claro que el catalán (ni el euskera, ni el gallego) pueda ser lengua oficial de la Unión Europea. “Entendemos la necesidad. Entiendo la situación lingüística, pero cuando tomamos una decisión debemos mirar hacia dónde nos conduce”, dijo Adlercreutz este martes, como respuesta a que su homólogo español, José Manuel Albares, volviera a llevar la cuestión de la oficialidad de estas lenguas en la reunión de ministros europeos de Asuntos Exteriores en Bruselas. Cabe recordar que la admisión de nuevas lenguas oficiales en la Unión Europea debe producirse por unanimidad de todos los estados miembros.
Es oportuno recordar también que el finlandés, o finlandés, sí que es oficial en la Unión Europea, y que cuenta con unos cinco millones de hablantes, aproximadamente la mitad que el catalán. Seguramente los catalanohablantes hemos dado a menudo por supuesto una especie de solidaridad entre lenguas “pequeñas” (la distinción entre lenguas “pequeñas” y “grandes” según su demografía es ridícula y no tiene sentido filológico, pero sigue pesando social y políticamente) que no tenía por qué producirse. Las lenguas con muchos hablantes, como el español, el inglés, el francés, el alemán o el italiano, no son la norma en Europa, sino la excepción. Sin embargo, el ministro Adlercreutz pone emperones a otra lengua de demografía similar a la suya que, además, conoce bien. La explicación oficial es no dar pie a reivindicaciones por parte de las lenguas minoritarias finlandesas, como el kven o el meänkiell. Quizás sí, aunque no hay constancia de tales reivindicaciones.
Tal vez tienen las pocas ganas, por parte del Partido Popular Sueco, de discutir con el Partido Popular español, que hace bandera y banderam de la lucha contra la diversidad lingüística. Este mismo martes, la eurodiputada Dolors Montserrat presentaba las conclusiones de su visita de europarlamentarios a las escuelas catalanas: afirman que la inmersión lingüística puede perjudicar a los alumnos con necesidades especiales. Sin comentarios, a no ser que sea una buena demostración de que siempre se puede caer más abajo. Mientras, las elecciones europeas están en junio y ya apenas hay margen, en esta legislatura, para discutir la oficialidad del catalán, el gallego y el euskera. Los vaticinios hacen pensar en un panorama aún más hostil después de las elecciones. De todas formas, si el ministro Albares quiere seguir insistiendo, ayudará a que, además de decir que es una cuestión vinculada a la identidad nacional española (nunca un ministro español había dicho tal cosa, y lo celebramos), lo acompañe del preceptivo informe técnico sobre la cuestión que todavía no ha presentado.