

Desde el siglo XVIII, el islam no ha sabido responder al desafío de Occidente. O se ha refugiado en una regresión oscurantista o ha hecho seguidismo occidental con nacionalismos o con una caricatura de la modernidad a base de tecnología y culto al dinero, como las élites de las monarquías del Golf. Así lo explica el experto Jaume Flaquer. El reformismo dentro del islam, que existe, no lo logra.
Flaquer también reflexiona que el principal problema del islam es el mismo que contribuyó a su esplendor en la Edad Media: la ley islámica. Si entonces le proporcionó estabilidad para su desarrollo económico, social y cultural, superando la arbitrariedad de las autocracias medievales -el califa, el rey o el sultán estaban sometidos a ellas-, y le permitió crear un imperio gracias a su capacidad de innovación y de incorporación de lo mejor de los mundos bizantino y persa, ahora es al contrario. La sharia (ley islámica), y sobre todo los códigos jurídicos que la fijan (fiqh), son un cierre: pasan por delante de las leyes civiles y las condicionan a la hora de regular la vida de los ciudadanos de muchos países. Históricamente, el musulmán consideraba que su religión era menos legalista que la judía y menos laxa que la cristiana, las otras dos creencias monoteístas con las que comparte un Dios único. Esto ya no es así.
El fundamentalismo tiene bastante propagandística, a menudo financiado por lo que Dolores Bramon define como Petroislam. El salafismo (salaf significa ancestro) es un supuesto regreso a los orígenes. En términos sociales y políticos, nace como una reacción al sometimiento de los países islámicos a Occidente. La corriente reformista (islah) también surgió, sobre todo en Egipto en el siglo XIX, en respuesta al retraso en los terrenos de la ciencia y la razón ante Occidente: defiende una apertura de la interpretación jurídica de la sharia, aspira a ver la religión desde la óptica de los derechos humanos y tiene una corriente feminista (y en algunos casos defiende la homosexualidad).
Partiendo de la falta de datos fiables, se puede situar el porcentaje de población musulmana en Cataluña entre el 5% y el 8%, en torno a las 500.000 personas. Entre ellas, el salafismo estaría en torno al 10%. Y todavía dentro del salafismo, el yihadismo (que defiende la vía política y la violencia) es claramente minoritario. Esto no quiere decir que no haya peligro, como experimentamos trágicamente el 17 de agosto del 2017. Hace poco se han expulsado dos imanes, uno de Figueres y uno de La Jonquera. Hay personas, sobre todo mujeres, que sufren la opresión dentro de esa religión: por ejemplo, Hanna Serrokh, que huyó de su ciudad, Figueres, a los 14 años para evitar un matrimonio forzado. Ahora, con 50 años, ha podido contarlo en un libro. Casos como el suyo siguen pasando.
El islam no está creciendo más en Cataluña de lo que lo hacen otras religiones minoritarias. Entre las diez nacionalidades más presentes, sólo dos, la marroquí y la paquistaní, corresponden a países donde el islam es mayoritario. Según datos de 2020, el evangelismo es aquí el segundo credo con más centros (el primero, claro, es el catolicismo): tiene 778. Las iglesias evangélicas han crecido un 131% desde 2004 (había 341). En cuanto a las mezquitas, existen 284, con un crecimiento del 104% (139 en 2004). Los evangélicos son menos visibles y están menos concentrados geográficamente. Lugares de culto de los testigos de Jehová hay 115, budistas 68 y ortodoxos 57.
El islam no tiene una cabeza visible y tiene dos corrientes enfrentadas, el mayoritario suní (más del 85%) y el minoritario chií, establecido sobre todo en Irán, Irak y Líbano (Hezbollah). También está el sufismo, una especie de espiritualidad esotérica. El chiísmo tiene una estructura clerical. Los suníes, en cambio, no tienen clérigos, sino imanes civiles que desempeñan el cargo como un trabajo, contratados por la comunidad. Para evitar el peligro de la radicalización en mezquitas privadas, en países como Marruecos son públicas y los imanes les paga el ministerio de Asuntos Religiosos.
El islam sigue siendo un gran desconocido. Es fácil distorsionarlo y simplificar su realidad, como hacen Vox y Alianza.