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Llueve fuerte el domingo 20 de enero del 2019. La sala grande de Can la Dona hierve con la asamblea general que forja la manifestación gigante del 8-M, y más que hervirá porque la tormenta que cae afuera está a punto de entrar. Un grupo de mujeres que no habían participado antes exige cambiar el manifiesto ya trabajado, eliminar la Comisión de Trabajo Sexual y expulsar a las mujeres trans y las trabajadoras sexuales. La asamblea reúne muchas sensibilidades, pero ante la agresión la respuesta es concluyente: todas somos todas, y esto nos incluye. El posicionamiento final, demoledor, vino el mismo 8-M. Sofia Bengoetxea, referente trans, sube al escenario con tres mujeres más para leer, en nombre de todas, el manifiesto feminista ante todo Catalunya.

Más. En 2012 Rosa Almirall, feminista y ginecóloga, en este orden, se indigna por el trato degradante de la Unidad de Identidad de Género. Luchadora por el derecho al aborto en los 70 y 80, crea el servicio Trànsit para atender la salud de las personas trans. En 2016 la presión de la plataforma Trans*forma la Salut convierte el servicio, hasta entonces alegal, en referente en Catalunya y barre la unidad patologizante del Hospital Clínic. Acabamos así con los diagnósticos sexistas que basan la condición de hombre o mujer en el rol o la expresión de género.

Y más todavía. En 2007 el movimiento contra la patologización trans despega en Barcelona. El movimiento bebe de un transfeminismo incubado en espacios alternativos y crea cultura y espacios de deseo y empodera los cuerpos no-normativos. Muy asentado ahora institucionalmente por su poder discursivo, el hecho trans ha encendido un feminismo transformador.

Manifestación del 8-M en Barcelona.

Primer hecho: las realidades trans hoy en Catalunya son hijas del feminismo activista. Y en clave personal, subo la apuesta. Yo, mujer y trans, solo me concibo desde el feminismo. Incluso más que feminista, mi propia existencia es feminismo. Y como yo, tantas, tantes y tantos.

Entro en política catalana. En 2014 la ley exige que el hecho trans no sea tratado directamente o indirectamente como una patología. En 2018 se aprueba el protocolo para menores trans en escuelas e institutos. El 2019 las personas trans podemos ser ubicadas en el centro penitenciario “del género con el cual se identifican”. El 2020 las mujeres trans entramos en el Consell Nacional de Dones y la ley contra la violencia machista pasa a incluir la atención en mujeres trans con la documentación no rectificada. Y la de igualdad de trato requiere la elaboración rápida de una ley trans catalana que facilite “el cambio de nombre y el reconocimiento del sexo de las personas transgénero” respetando la autodeterminación de la identidad de género. Una ley que, por cierto, ya tienen 9 comunidades, pronto 11 y, con Catalunya, 12.

Segundo hecho: Catalunya, a efectos legales, ya es trans. No hay una sola ley, reglamento o instrucción aprobado en los últimos 7 años en justicia, salud, educación, presidencia o trabajo que requiera un permiso médico de trans. ¡Incluso hay una ley que lo impide! Y lo mejor: las leyes se aprueban con amplísimas mayorías parlamentarias. 

Y de la política a la calle. Las mujeres trans hace décadas que echamos cervezas por los bares, hacemos pipí en los lavabos de mujeres, trabajamos donde nos contratan, tenemos sexo con quien queremos, sexo con quien nos paga, cuidamos a nuestro entorno y hacemos arte y cultura por todas las partes donde pasamos. También lo hacen los hombres trans y la gente no-binaria. Sí, estamos por todas partes y os cruzáis cada día con más personas trans de las que os imagináis. El hecho trans ya impregna el marco legal y la sociedad catalanas, y no lo habéis notado. ¿Sabéis por qué? Porque nadie ha perdido derechos, señoras. Nadie.

Es obvio, sin embargo, que a pesar de la legalidad no vivimos en ningún paraíso para las personas trans. En Catalunya hay transfobia, como hay racismo o clasismo. Solo hay que revolver en vuestra cabeza y la encontraréis. ¿Por qué tendríamos que ser mejores que otras sociedades? Pero estamos en el 2021. Hemos madurado, habéis madurado, y nos planteamos eliminar a nivel estatal la discriminación legal y social que sufrimos por el solo hecho de ser trans. Es justo. Jurídicamente esto implica respetar el derecho a la vida privada y el principio de autonomía personal del Convenio de Derechos Humanos, que comportan, excluido ya el hecho trans de los trastornos, el derecho a la autodeterminación de género. Y, socialmente, implica implementar medidas activas en los ámbitos donde encontramos violencias.

Tercer hecho, último: por justicia social hace falta una ley trans que recoja el derecho, ahora fundamental, a la autodeterminación de género, y una ley de igualdad y no discriminación contra las violencias sobre nuestras vidas.

Tres hechos que hablan en plata. Pero la tormenta de Can la Dona se ha extendido y azota ahora redes, feminismos, medios y partidos. Los derechos de las personas trans “ponen en riesgo los criterios de identidad del resto de los 47 millones de españoles” para la vicepresidenta Carmen Calvo. Ideólogas del “feminismo socialista” berrean que “si se aprueba, habrá consecuencias demoledoras para las mujeres”. El Apocalipsi Trans ha llegado. Lo que no han hecho milenios de patriarcado lo harán ahora cuatro trans, de las cuales dos somos putas o migrantes: ¡borraremos a las mujeres!

Basta. No responderé a la conspiranoia. Solo hay que salir de las redes retroalimentadas, bajar a la calle y comprobar que el Apocalipsis Trans no existe. En la calle hay una calma triste, resentida, cansada y cruzada por discriminaciones, muchas sufridas especialmente por personas trans. Por favor, basta de lucha de poder con carne de cañón trans disfrazada de debate feminista.

De los tres hechos y la tormenta saco tres lecciones. Una, a las feministas: no importéis un debate falso. En Catalunya, como hasta ahora en España, el feminismo también es trans, y el hecho trans actual es feminista. Y ojo con la tutela de los cuerpos, porque empieza con las trans y acaba pidiendo un informe psicológico para abortar porque, claro, hace falta que un experto valide decisiones tan duras. Dejad Twitter y hablad con una trans y después con otra, porque somos todas diferentes. Hagamos red, ciudémonos.

Dos, a los partidos políticos. El Partido Nacional Escocés ha expulsado de la ejecutiva a las transexcluyentes, como lo haría cualquier partido de derechos consecuente. Haced parecido y no avaláis los discursos del miedo o seréis primero cómplices y después rehenes. Y recordad que el fraude de ley se evita combatiendo el fraude y no la ley o los derechos.

Y tres, a cada persona cis que me lee: si no sabes qué quiere decir cis, lo eres. Eres cis, o cisgénero, y ya toca que una trans te lo haga ver, porque en Catalunya tenemos que caber todos y tú eres tan anormal como yo y también tienes un nombre. Eres cis, y está bien que lo seas, como está bien que yo sea trans. Y no acabaré levantando el dedo y proclamando aquello tan hortera de que Catalunya será trans o no será. Afirmo a cambio, con ilusión en los ojos, que la Catranslunya feminista ya es, y en buena ley nos hará mejores. Bienvenidas todas, personas cis.

Judith Juanhuix es científica y activista trans

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