El cerdo de 'Black Mirror'

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El Congreso  de los Diputados en una imagen de archivo.

Si has visto Black Mirror es difícil que se te olvide el primer episodio de la primera temporada. En 'El himno nacional', estrenado en Reino Unido en diciembre de 2011, vemos a un primer ministro británico encarnando algunas de las esencias de la política contemporánea. Informado el primer ministro del secuestro de la princesa Susannah (la joven de la familia real más querida por los electores británicos) se ve obligado a someterse a los deseos del secuestrador para evitar que la princesa sea ejecutada: debe fornicar con un cerdo frente a millones de espectadores. Y lo hace.

Les parecerá a ustedes esta historia una exageración propia de una distopía pero, si has aspirado a que te voten como candidato de un partido, es probable que hayas tenido que hacer cosas que hubieras preferido no hacer. Hacer footing con Ana Rosa, jugar con Trancas y Barrancas junto a Pablo Motos o cantarle, guitarra en mano, una nana a María Teresa Campos, no es como follarte a un cerdo, pero responde a la misma lógica: si quieres los votos de esos millones de ciudadanos que a priori no escucharían tu discurso político, tienes que “jugar" en la sociedad del espectáculo. A esta misma conclusión debe haber llegado mi viejo camarada Alberto Rodríguez que, según se ha publicado, va a participar, al parecer, como concursante en un reality de famosos. Ningún asesor te recomienda, así a priori, violar a un cerdo en prime time pero sí te suelen decir que mejores tu manera de vestir y que asumas que, en última instancia, la política siempre tiene algo de mercado de demanda. Íñigo Errejón solía decirme que España no se parecía en nada a mí y que, por lo tanto, evitara mostrarme frente al país tal como era.

Uno de los intelectuales marxistas vivos más importantes, Perry Anderson, escribía a propósito de Italia, sobre la falta de preparación del Partido Comunista Italiano frente a la llegada de la cultura comercial y americanizada de masas, una cultura con unos códigos inimaginables en el mundo de Togliatti y Gramsci. Anderson señala que no hubo relevo a la gran generación de directores de cine –Rossellini, Visconti o Antonioni– y que el resultado fue un desajuste tan grande entre la sensibilidad culta y la popular que el país quedó a merced de la contrarrevolución cultural del emporio televisivo de Berlusconi. Anderson dice que, incapaz de afrontar el cambio, el PCI intentó resistirse a él durante una década y que su último líder, Berlinguer, fue la encarnación del austero desprecio de los excesos y el infantilismo del nuevo universo del consumo cultural y material. El último fan que le queda a Berlinguer en España es director adjunto de un periódico liberal propiedad de un conde y arrastra por platós y estaciones de radio una actitud de señor de otra época, formado en la cultura comunista catalana y siempre angustiado por tener que vivir sus últimos años en una distopía en la que nadie sabe nada de lo que fue el Quinto Regimiento.

Milán, 14 de junio. Durante el funeral de Silvio Berlusconi, un simpatizante sostiene un póster donde se lee: "No escogí la política yo: me fue impuesta por la Historia".

Italia siempre lo anticipa todo, pensará Juliana, y yo pienso igual. Miguel Mora contó hace años una leyenda en El País según la cual un eurodiputado italiano, enviado al monte Aventino bruselense por Giulio Andreotti, se enfadó tras ser abucheado y espetó a un colega alemán: "Cuando vosotros estabais todavía subidos en los árboles, nosotros ya éramos maricones”. La muerte de Berlusconi no ha hecho más que confirmar que lo de Italia no era tanto excepción como, efectivamente, anticipación.

Pero, atención, no es verdad que las dos únicas alternativas para la izquierda sean violar al cerdo en la tele (para parecerse a España o para agradar a la audiencia) o arrastrar la melancolía berlingueriana como Juliana. Más melancólico aún que Juliana, escribía ayer Pablo Elorduy en El Salto que nadie querría vivir en la España que muestra Podemos, por mucho que ese retrato del funcionamiento del poder sea el más realista. Violemos al cerdo y sonriamos mucho, no vaya a ser que alguien se indigne y grite ¡mierda de país! y al hacerlo ofenda a la audiencia. A veces tengo la sensación de vivir rodeado de tristes y temerosos de Dios que susurran: no te indignes, no te enfades, no molestes... y anticipan una debacle no solo electoral, sino también civilizatoria. Pero la tristeza, a pesar de su buena prensa literaria, no necesariamente expresa lucidez.

Vivimos el resultado de una contraofensiva reaccionaria sin precedentes que, por mucho que se enmarque en una serie de tendencias de época, es el resultado de la acción histórica de dos desafíos no previstos pero muy reales; Podemos y el independentismo. Berlusconi, Trump y cualquiera con un mínimo de olfato (no es imprescindible haber leído a Debord) sabe que vivimos en sociedades mediatizadas. Eso no hace que esta época sea necesariamente peor que las anteriores. La democracia liberal puede terminar pero la política nunca termina. Sea cual sea el resultado de esta batalla, cada combate redefine las armas del siguiente. 

Pablo Iglesias es doctor en ciencias políticas por la Universidad Complutense de Madrid, ex secretario general de Podemos y ex vicepresidente segundo del gobierno
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