¿El cerebro tiene sexo?

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Resonancia magnética del cerebro.

Vamos a palmos. Obviamente, cuando hablamos de sexo no nos referimos al acto sexual, pero tampoco al género. Ya se ha dicho: el sexo, masculino o femenino, se basa en la biología, mientras que cuando hablamos de género nos referimos a roles y comportamientos sociales y, por tanto, el sexo no necesariamente debe coincidir con el género. Y, como es sabido, de géneros hay más de dos.

Aclarado esto, la respuesta a la pregunta del título es que sí, el cerebro puede tener sexo. Lo explica en una entrevista la neurocientífica de Harvard Jill Goldstein. Sin embargo, aunque el cerebro humano presenta diferencias sexuales, son mucho más sutiles y complejas de lo que podríamos imaginar.

¿Qué significa exactamente que el cerebro tenga sexo? La diferenciación comienza durante el desarrollo fetal, en torno al segundo trimestre. Los cromosomas sexuales (XY para machos, XX para hembras) y las hormonas gonadales regulan el desarrollo del cuerpo y cerebro. Estos efectos organizativos de las hormonas pueden perdurar toda la vida, aunque existen muchas variaciones.

Sin embargo, hay que tener presente que la variabilidad dentro de cada sexo es mayor que las diferencias entre sexos. Es decir, existen más diferencias entre mujeres o entre hombres en particular que entre hombres y mujeres en general. Sin embargo, las pequeñas disparidades cerebrales pueden tener implicaciones importantes. Pueden explicar, por ejemplo, por qué vemos singularidades sexuales en muchos de los trastornos cerebrales conocidos, como la depresión, la ansiedad, el autismo, la esquizofrenia o el alzhéimer. La comprensión de estas peculiaridades sexuales en el cerebro tiene implicaciones para la medicina porque muchas enfermedades crónicas afectan a hombres y mujeres de forma diferente, y entender el papel del cerebro en esto podría conducir a tratamientos más eficaces y personalizados.

La discusión al respecto ha sido históricamente cargada de prejuicios y temores. En los años 60, existía la preocupación de que cualquier investigación sobre diferencias cerebrales entre sexos pudiera ser utilizada para justificar la superioridad masculina. Irónicamente, la ciencia ha revelado que, en muchos aspectos, el cerebro femenino es más robusto, especialmente en lo que se refiere a la estabilidad del comportamiento. De hecho, la ciencia del dimorfismo sexual en el cerebro no debería ser utilizada para reforzar estereotipos ni justificar desigualdades sociales. Por el contrario, debería servir para entender mejor la diversidad humana y mejorar la salud de todos.

La neurociencia nos muestra que el cerebro humano es un órgano increíblemente versátil y complejo, que cambia constantemente a lo largo de su vida. Las diferencias sexuales son sólo una parte de esa complejidad. Entenderlas puede ayudarnos a desarrollar mejores herramientas de diagnóstico y terapias más efectivas, pero nunca debería ser una excusa para limitar el potencial de nadie.

Déjeme decir, pues, que en lugar de centrarnos en las diferencias, debería cautivarnos la formidable plasticidad y adaptabilidad del cerebro humano, sea cual sea el suyo sexo.

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