¿Cómo combatir la inseguridad económica?

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Las noticias económicas no dejan de causarnos inquietud. Durante las últimas semanas hemos vivido la revuelta del campesinado, en toda Europa. Sin embargo, o tal vez debido, la política agrícola común. Continuamos recibiendo informes apocalípticos sobre el impacto de la inteligencia artificial en los puestos de trabajo. Se nos pronostica el fin de muchos trabajos de titulados universitarios, que hasta ahora han sido bien pagados. Tenemos también una transformación energética que ya se ve que no será gratis. Y, en el ámbito financiero, nos hemos acostumbrado a los sustos. En poco tiempo hemos pasado de los tipos de interés cero a altos tipos, y de la deflación a episodios de inflación descontrolada.

Las generaciones que crecimos profesionalmente después de la transición política divisábamos un horizonte de progreso que amortiguaba las incertidumbres. La nave de la economía flotaba al ritmo de la apertura del país en el mundo y, quien más quien menos, participaba del rápido progreso colectivo. Por las nuevas generaciones, la perspectiva de progreso no es tan obvia y las transformaciones sociales son incluso más intensas. Las revoluciones digital, energética y medioambiental se aceleran, generando angustia y socavan las expectativas de la gente.

Sin embargo, nuestra sociedad tiene un nivel de vida más elevado que hace cuarenta años. Concretamente, se ha doblado más. Esto debería hacernos más resilientes ante la incertidumbre y la inseguridad. Pero tengo la sensación de que ocurre todo lo contrario. ¿Por qué?

Una explicación plausible la encontramos analizando las prioridades vitales de nuestra sociedad. El Centro de Estudios de Opinión acaba de publicar la encuesta de valores de 2023. Es muy interesante examinar cuál es el punto de vista de los catalanes en lo que atañe a cuestiones económicas primordiales como la responsabilidad de las personas, la cultura de la esfuerzo y el papel de la competencia en la sociedad.

Un 40,2% de los encuestados cree que es más bien el Gobierno que cada individuo quien debe asumir la responsabilidad de conseguir un medio de vida. La proporción de quienes opinan lo contrario se sitúa, igualmente, en un 40,2%. En cuanto a la cultura del esfuerzo, la proporción de quienes creen que el éxito en el trabajo depende más de los contactos y la suerte que del esfuerzo de cada uno es del 41,9%, sólo ligeramente inferior al 43,1% que considera que el esfuerzo desempeña un papel predominante. Finalmente, un 30% de la muestra piensa que la competencia tiene más efectos perjudiciales que positivos, ya que hace salir lo peor de las personas. Un 48,8% opina que sí es buena, porque estimula a la gente y el desarrollo de nuevas ideas.

La encuesta también se adentra en valores humanos más básicos, y los resultados son congruentes con estos valores económicos. La sociedad catalana es altamente benevolente: está preocupada por el bienestar de todos y la protección de la naturaleza. También prioriza en gran medida la seguridad. En contrapartida, las actitudes vitales orientadas a la asunción de riesgos, la consecución de retos y la superación personal son minoritarias.

Idealmente, nos gustaría poder contrastar estas tendencias con una encuesta similar, que no tenemos, de hace cuarenta años. Sin embargo, una hipótesis razonable es que han ganado bastante los valores asociados a la seguridad y han perdido peso los vinculados a la responsabilidad individual. Seguramente esta tendencia se explica por el mismo aumento del nivel de vida de las últimas décadas, incluyendo, por supuesto, el despliegue del estado del bienestar.

La encuesta de valores nos dice, pues, que la sociedad catalana no acepta con agrado la inseguridad que genera el capitalismo. En vez de recuperar valores que habían sido esenciales en generaciones previas como la responsabilidad individual, la cultura del esfuerzo y la autosuficiencia personal, la sociedad pide mayor protección, a través de un papel más relevante de la administración. Sin embargo, éste es un planteamiento contradictorio. A partir de cierto nivel, la economía de mercado no puede dar esa protección sin acabar provocando la misma parálisis del capitalismo. Sospecho, además, que el problema es más de fondo. Nuestra sociedad acepta el libre mercado de una forma instrumental: por su capacidad de generar riqueza. Pero sólo lo admite si existe una redistribución de esta riqueza mediante la intervención pública. Ésta es una legitimidad insuficiente. No es de carácter fundamental: no está vinculada al papel clave que juega el capitalismo en la defensa de la libertad política de las personas.

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