Concierto y desconciertos
Esta semana, un acto organizado por el ARA sobre la infrafinanciación de la Generalitat y, por lo tanto, sobre la insuficiencia de recursos públicos para prestar los servicios que le corresponde dar a sus ciudadanos mostró la necesidad que tiene el país de debates políticos de fondo, pero también del peso del pasado sobre un futuro que hoy es incierto y un presente que todavía está dominado por un sentimiento colectivo de frustración. Un desconcierto que no solo tiñe la mirada del soberanismo sino también de muchos catalanes no soberanistas preocupados por la salida económica y social de la pandemia.
Que cuatro de los cinco últimos consellers de Economía consideren incuestionable la infrafinanciación y coincidan en la práctica imposibilidad de reformar el sistema en una España centralista como la actual es un recordatorio de la necesidad de una estrategia política de futuro, cuanto más amplia mejor y con prioridades tan ambiciosas como impulsadas por el máximo número de personas.
En el debate, con la presencia de Antoni Castells, Andreu Mas-Colell, Oriol Junqueras y el actual responsable de la cartera, Jaume Giró, se coincidió y se disintió, pero cuatro de las mejores inteligencias del país compartieron la conclusión de que la infrafinanciación frena las capacidades de la economía catalana. Es decir, la toma de decisiones antieconómicas del Estado sobre Catalunya gripa un motor que, a pesar de todo, funciona.
Actualmente, creo que asumir que la infrafinanciación será permanente sería como aceptar que Catalunya está condenada a perder peso y va hacia la irrelevancia. Obviamente no toda la economía catalana depende de las finanzas públicas, pero los empresarios saben muy bien cómo inciden en la formación de un mercado de trabajo de calidad las decisiones fiscales y las inversiones en enseñanza, en FP o en investigación. Un mercado que sea competitivo en términos de formación y conocimiento y no base la competitividad en los sueldos bajos.
Muchas veces se ha desacreditado el soberanismo tildándolo de sentimental –que quizás también lo ha sido excesivamente– pero no es tan fácil. La racionalidad económica también es un argumento de peso que alimenta las razones para la desconexión. Una mayoría de ciudadanos no quieren aceptar la condena a la mediocridad que comporta el hecho de que las decisiones sobre infraestructuras o sobre recursos se tomen con otras prioridades que no son las más cercanas.
Balance de la Transición
El acto sobre financiación mostró una de nuestras debilidades: la dificultad de hacer un balance político de la Transición basado en los hechos y contrastado con los protagonistas. Fue iluminadora la intervención final del president Jordi Pujol, entre el público, defendiendo que Ramon Trias Fargas y Macià Alavedra habían intentado negociar el concierto económico para Catalunya, pero admitiendo que se hizo sin poner en riesgo la negociación global, ni la actitud constructiva de la nueva España. “Si os echáis al monte como los vascos esto se va al carajo” y la respuesta fue la cooperación.
Una de las preguntas subyacentes de la política catalana hoy es qué papel tiene que jugar en la política española. El estado de las autonomías avanzó porque Catalunya se puso al frente; décadas después una gran mayoría del país decidió desvincularse mentalmente y materialmente. Hoy, se tiene que repensar la situación con realismo y con mayorías indiscutibles. No es casualidad que en el País Vasco ni el PP ose poner en entredicho la bondad del concierto económico.
Pujol animó a buscar una mejora de la financiación porque es un tema “sustantivo”. Hay que escucharlo por su bagaje político, pero cuántas preguntas quedarán por hacerle a Jordi Pujol. El suyo es un legado histórico inmenso que habrá que cribar con el tiempo por haber permitido que la familia confundiera el país con la masía.
Jordi Pujol aseguró que el concierto para Catalunya era imposible con el argumento (Suárez, Gutiérrez Mellado, Garrigues Walker) que “se desequilibraría todo”.
En estos momentos el desequilibrio se tendrá que afrontar. Cuarenta años después, los mismos que amenazaban con la involución continúan controlando o inspirando algunas instituciones que están en la vanguardia permanente de la reacción.
La España política es experta en dejar pudrir los problemas, que por arte de magia no se solucionan solos. Catalunya ha cooperado y después ha intentado marcharse unilateralmente. Hoy necesita una nueva estrategia que pasa por condicionar mayorías fuera y construirlas adentro alrededor de cuestiones indiscutibles para mejorar la vida de sus ciudadanos.