Contradicciones globales

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El ministro de Industria y director de la empresa publica de petróleo y gas de Emiratos Árabes Unidos, Sultan Ahmed Al Jaber, que ha sido nombrado presidente de la COP28 sobre cambio climático, en una imagen de archivo.

Desigualdad. Las contradicciones entre el sistema de bienestar y los poderes económicos, o entre los compromisos políticos y la realidad de los intereses, son cada vez más palpables.

Incluso Martin Wolf, columnista en Financial Times y autor del libro La crisis del capitalismo democrático, ha llegado a la conclusión de que el capitalismo ha perdido su base moral.

La riqueza de los multimillonarios se ha disparado un 1.000% desde 1990, mientras que el resto del mundo ha ido perdiendo poder adquisitivo. Pero la desigualdad sale cara. Un informe que acaba de publicar una ONG británica comparando datos de 23 países de la OCDE ha llegado a la conclusión de que Reino Unido gasta más que ningún otro gobierno de Europa subvencionando el coste de la desigualdad estructural a favor de los ricos. El estudio constata que el 1% más rico de Reino Unido es el más potentado del 1% de todo el continente europeo y quien paga los impuestos más bajos. Por tanto, la desigualdad que se genera de entrada es tan amplia que un sistema de redistribución como el británico, desmontado a golpe de ideología y de los efectos de un salto al vacío político como el Brexit, no puede compensarlo. Pero el problema no es solo británico.

El legado de la desigualdad que arrastramos desde la crisis financiera de 2008 sigue presente. La propia OCDE advertía, ya en 2015, que "la brecha de desigualdad global" había llegado "a un punto de inflexión". Y, desde entonces, las urnas han ido premiando, cada vez más desacomplejadamente, la política que busca culpables entre los más débiles. El progreso ha fallado en muchos espacios de nuestra sociedad. Uno de cada cuatro menores en la Unión Europea está en riesgo de pobreza y exclusión social –esto son casi 20 millones de niños y niñas–, y las peticiones de ayuda a los servicios sociales han seguido creciendo en estos años, según una resolución para la reducción de las desigualdades recién aprobadas por el Parlamento Europeo.

Intereses. La conciencia de los grandes retos que determinarán el futuro del planeta también queda engullida por los intereses de ahora mismo. Entre la contradicción y el despropósito, la agenda económica se impone a los compromisos climáticos.

La BBC ha revelado que los Emiratos Árabes Unidos quieren utilizar la cumbre sobre el clima de la COP28, que empezará a finales de esta semana en Dubái, para cerrar acuerdos de petróleo y gas con distintos gobiernos, entre ellos los de China, Egipto y Brasil. Lo constatan unos documentos filtrados, que no hacen más que reforzar el cinismo que supone conceder la organización de la Conferencia de Naciones Unidas sobre el cambio climático en países productores de petróleo.

La presencia de grupos de presión en las COP también ha crecido al ritmo de estas contradicciones. Solo de la COP26 a la 27 la presencia de lobis aumentó un 25%. Más de 600 delegados estaban directamente relacionados con la industria de los combustibles fósiles; un número que superaba de largo a los representantes de las delegaciones oficiales de los 10 países más afectados por la crisis climática, según reveló hace tiempo un estudio de las organizaciones Corporate Europe y Global Witness.

El consenso político sobre los acuerdos climáticos de París comienza a ser cada vez más débil. Cada nueva agenda –económica, política o sobre seguridad– lo erosiona un poco más. El gobierno alemán tiene problemas internos para utilizar fondos necesarios para la transición climática. El Pacto Verde europeo choca con las reticencias políticas y los intereses económicos de cada vez más gobiernos comunitarios. 3.500 millones de personas en el mundo viven en zonas altamente vulnerables al cambio climático.

La filósofa Judith Butler critica que no se haga política a partir de lo que queremos o de lo que aspiramos, sino a partir de lo que somos. El interés individual (o sectorial) se come las urgencias colectivas. Y cada vez que las agendas de unos entran en contradicción con las de otros, la realidad que se impone no hace más que alimentar la sensación de agravio.

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