El control de las fronteras no puede derivar en inhumanidad

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Una imagen reciente de la valla melillense.

BarcelonaEl actual presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, se mostró muy crítico con la política migratoria de Mariano Rajoy cuando era jefe de la oposición. "¿Cuántos más tienen que morir?", se preguntaba el 4 de febrero de 2018 en referencia a la noticia de que se habían localizado 20 cadáveres delante de las costas de Melilla. Cuando llegó a la Moncloa, su primera decisión fue permitir el desembarco del barco Aquarius, que transportaba a 600 inmigrantes rescatados en el Mediterráneo y al cual la Italia de Salvini había cerrado los puertos. En su libro Manual de resistencia, Sánchez escribe: "Haber salvado a las 630 personas que viajaban en el Aquarius hace que valga la pena dedicarse a la política". Pues bien, parece que de aquel Sánchez ya no queda nada. Ante la tragedia que tuvo lugar el viernes en Melilla, cuando al menos 23 migrantes murieron y decenas resultaron heridos por la policía marroquí mientras intentaban saltar la valla fronteriza, Sánchez solo ha tenido palabras de agradecimiento hacia las fuerzas de seguridad y ninguna palabra de empatía ni pésame hacia las víctimas. Es cierto que la Unión Europea ha cerrado filas con España en este asunto, pero al menos el presidente del Consejo, Charles Michel, ha tenido la decencia de enviar el pésame a las víctimas.

Sánchez demuestra en este asunto aquello que tanto se le critica: el exceso de tacticismo político. Todo el mundo puede entender que la gestión de una frontera como la de Ceuta y Melilla no es un asunto fácil y que necesita dosis de pragmatismo y realpolitik. Pero una cosa es esto y otra es darle la espalda a la tragedia y deshumanizar a las víctimas, a las cuales Sánchez acusó de protagonizar "un asalto violento contra la integridad territorial de España". Perdone, señor Sánchez, pero estas personas no atentaban contra la integridad territorial de nadie porque no son tropas invasoras, son gente desesperada que huye de las guerras y el hambre e intenta buscarse el futuro en Europa. Y no merecían morir de este modo tan brutal ni ser tratados como si fueran ganado. Son seres humanos y, como tales, tienen derechos.

El hecho de haber llegado a un acuerdo con Marruecos para que haga de policía de la frontera sur europea no tiene que significar darle carta blanca para hacer lo que quiera, pero Sánchez continúa emperrado en intentar hacer ver que el giro con el Sáhara Occidental es un buen negocio para España porque ahora los marroquíes contendrán la inmigración africana. Lo que pasó el viernes, sin embargo, supera todos los límites. Se tiene que investigar qué pasó exactamente y castigar a los responsables si los hay.

La Unión Europea, que tan diligente ha sido a la hora de acoger a los refugiados ucranianos, sigue subcontratando el control de las fronteras a países como Turquía o Marruecos, con dudosas credenciales democráticas. Pero cerrar los ojos ante la tragedia, además de convertirnos en cómplices, tampoco servirá de nada. Porque por muchos muertos que haya, muchos más intentarán llegar a Europa mientras no haya futuro en su continente.

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