La crisis de la democracia liberal

El nuevo primer ministro francés, François Bayrou
18/12/2024
3 min

1. Inquietud. Dice Thomas Piketty, ante la crisis francesa, que "la democracia electoral necesita mayorías claras y asumidas para funcionar correctamente" y que "juntar a todos los partidos llamados razonables, de centroizquierda a centroderecha, con la exclusión de los "extremos" –Francia Insumisa (LFI) y Reagrupamiento Nacional (RN)– es una idea peligrosa que no hará más que generar nuevas decepciones y reforzar los extremos".

La inquietud de Piketty me interesa porque la crisis francesa es un ejemplo canónico del desconcierto actual y porque pone sobre la mesa el debate imprescindible sobre las democracias europeas. La extrema derecha crece en todas partes ante la desorientación de los demás a la hora de dar seguridad a la ciudadanía. Y pone en evidencia uno de los problemas centrales del momento actual: el desdibujamiento de las socialdemocracias, que habían hecho de contrapeso a Europa como referente de las clases medias (acotando al mismo tiempo el espacio de los partidos comunistas) y que ahora se han desdibujado a caballo del neoliberalismo porque han aceptado la lógica de los nuevos poderes económicos: vía libre a sus intereses, dominio del espacio comunicacional, y fin de cualquier fantasía igualitaria: las diferencias se ensanchan, la pirámide tira pendiente abajo.

El resultado de todo ello es que el malestar y la desesperación de la ciudadanía la capitalizan los que prometen sin dar, desplegando la retórica patriotera y machista de los poderes sin límites. Efectivamente, Piketty tiene razón, si no se cambia la dinámica, si liberales y socialdemócratas no saben salir del guion y no tienen más que buenas palabras, la gente se dejará arrastrar cada vez más por el supremacismo neoautoritario. Como la izquierda ya enterró sus fabulaciones, la extrema derecha, como vanguardia del capitalismo totalitario, va haciéndose hueco.

La propuesta de Piketty es hija del bipartidismo de la posguerra: un gran partido a cada lado del eje derecha/izquierda con unos partidos marginales para completar la mayoría de uno u otro lado, con un papel estrictamente de acompañamiento. El problema es que ahora a la derecha la hegemonía la está ganando la extrema derecha. Y no deja de ser iluso pensar que las derechas convencionales la amansarán aliándose con ella. Piketty llora por casa: es sensible al fracaso de Macron, al pretender que el espacio de centro –una derecha camuflada– puede llegar a ser mayoría por sí solo. Pero ahora el peligro es el crecimiento de la extrema derecha, alimentado por el desdibujamiento de la socialdemocracia y por unas derechas que, incapaces de cerrarle el paso, cada vez le ríen más las gracias. ¿Repetiremos la historia trágica de los años 30 con rasgos actualizados: la violencia simbólica ejercida por el poder digital como arma de destrucción de la convivencia?

2. Estorbo. Cuesta asumir que estamos en un cambio de época que obliga a reaccionar y no dejarse llevar por las inercias de un mundo que ya no existe. Han ocurrido muchas cosas, simbolizadas con dos momentos de ruptura: el derrumbe de los sistemas de tipo soviético (1989) y la crisis de un capitalismo en tránsito (2008) que nos ha llevado al nuevo orden digital. Y este 2024 se acaba de incorporar a la lista de hitos con la reelección de Trump –que demuestra que su primera llegada no fue un accidente sino una advertencia más de un mundo que se tambalea.

Cuesta aceptar, porque las cosas que no gustan da pereza verlas, que los equilibrios de la Europa de posguerra se han roto. No es una cuestión de matices, sino que se trata de un cambio en las relaciones de poder que estructuran los países. Por decirlo rápido, no mandan quienes mandaban en el capitalismo industrial que hicieron posible la recuperación de posguerra y que pusieron contra las cuerdas a los sistemas de tipo soviético ahogados por unas burocracias incompetentes y autoritarias. El resultado de todo ello es evidente: el resentimiento domina la escena política en las democracias liberales, y la extrema derecha lo capitaliza de forma creciente, reduciendo a los estados a una función de sumisión a los intereses de los nuevos poderes y de menoscabo de la cohesión social y de la convivencia como horizonte compartido. Es decir, mandan los monopolios tecnológicos, que hacen de la confusión entre verdad y mentira, a través de las redes de comunicación digital, el instrumento de cohesión de la sociedad a partir de la impunidad de quienes las manejan. Lo hemos visto en la campaña electoral a americana, quienes han ganado –Musk y compañía– han dicho sin tapujos que la democracia les molestaba. Y que eran ellos quienes marcaban el camino.

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