¿Por qué nos cuesta tanto estar contentos?

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Un grupo de personas practicando yoga.

Hoy en día vivimos un mal humor enquistado y feroz. La palabrería infinita de las redes sociales y las plataformas de comunicación bombardea una letanía de cosas por hacer: cómo vaciar la cabeza, desintoxicar el cuerpo, hacer yoga de silla, adiestrar a la mascota, tratar la menopausia para seguir siendo joven, encontrar y mantener relaciones amorosas no-tóxicas; en fin, un grupo inacabable de promesas falsas hacia una supuesta felicidad imposible de alcanzar para una persona normal y corriente. Quien más quien menos, lo sepa a ciencia cierta o sin darse cuenta, acaba pasando por el aro de estas consignas sobre cómo ser y, sobre todo, qué hacer para controlar la vida, que significa pisar a quien haga falta. Al mismo tiempo, la capacidad de juzgarlo todo y a todo el mundo, de opinar sobre el muerto y quien lo vela, convierte a los demás en una fuente inacabable de crítica. Todo el mundo se equivoca, hace las cosas mal, mete la pata día sí día no. Se nos enseña a ver una paja en los ojos de los demás y no ver la viga en los propios. En este panorama de juicio permanente y falso perfeccionismo, ¿quién no se apunta a la queja constante, a la insatisfacción insoportable, al gruño cotidiano? Por mucho que lo probemos, no podemos sacudirnos del todo la arena de los zapatos.

El filósofo Friedrich Nietzsche dijo que la alegría es más profunda que la tristeza. En su libro Yoga, el escritor francés Emmanuel Carrère recuerda con pesar este dicho del filósofo alemán en una estancia intensiva de yoga durante la cual no puede deshacerse de la angustia que lo habita. Carrère es su principal enemigo vital para lograr el nirvana. Aunque sabemos que nadie es perfecto, tomar conciencia debería hacernos contentos, porque sería una manera de despejarnos de tanta mandanga prescriptiva de bienestar y felicidad imposibles.

Estar contento y ser feliz son vivencias de dos tipos. Estamos contentos porque hace buen día, porque hemos reencontrado a un amigo, porque la clase será difícil y tendremos que inventar qué hacer, porque hoy algo no nos viene dado y deberemos descubrirlo. La alegría tiene que ver con la invención, es una apertura al mundo inacabado que nos espera, lleno de incertidumbre y obstáculos. Ser feliz, en cambio, es un estado de los dioses, a los que nada le falta. Ser feliz es la plenitud de una condición. Estar contento es darse cuenta de lo que todavía queda por hacer.

Estos días sigo los parlamentos de la convención demócrata en Chicago. Harris, Doug, Walz y Gwen son un grupo que están contentos. No hacen de iluminados. Muestran la alegría de vivir con los demás. Gozan de la experiencia de compartir, porque saben que no todo está ganado ni garantizado. El primer día de la convención, los hijos de Walz hacían el tonto desde la fila trasera, aprovechando que los fotógrafos se acercaban en masa a fotografiar a su padre en el palco principal. Cuando Walz se dio cuenta, envió un post a Instagram diciendo “mis hijos me mantienen humilde”.

Así pues, estar contentos no debería costar tanto: bastaría con buscar los topes bonitos de la vida breve.

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