Aquellos culitos de esas botellas

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La sumiller Tamae Imachi con el cocinero Albert Raurich, en la barra de entrada del restaurante Dos Palillos

Leo con gran curiosidad las historias de amor de Selena Soro en el ARA, porque el solo hecho de que una pareja quiera salir, abrazada, en la foto de la entrevista ya me hace pensar que no se odian del todo. Ayer salían los dueños del Dos Palillos, un restaurante que me hace muy feliz. Él, Albert Raurich, es el chef. Ella, Tamae Imachi, es la sumiller. Raurich explica que el amor es “la sensación de confort que tiene cada día cuando se levanta y abraza a Tamae”. Y de esa frase no debemos destacar la belleza de la intención principal, sino de la secundaria: hay un señor que, cada día, cuando se levanta, abraza a una señora. Explica, pues, que se conocieron en El Bulli y que, por aquel entonces, una vez terminado el servicio, lavando copas a mano, “nos quedábamos hasta tarde con ella y los camareros y probamos los vinos que los clientes habían dejado en los traseros de las botellas: ¡nunca había probado vinos de 500 o 2.000 euros!”

Lo sorprendente de ello es que los clientes se dejaran traseros de vinos de 500 o 2.000 euros. Te pides una Ermita, un Clos Erasmus, un Cortijo de la Rosa de Vall Llach, un Petrús, un Aubaguetes, un La Tache... y te dejas un culito. Yo la vez que he destapado alguna botella tan memorable he pedido, amablemente, al sumiller si aceptaba una copa. Si me hubiera sobrado, lo habría tapado y me lo habría llevado. Pero, por suerte, los clientes de El Bulli no eran así y ayudaron, con su moderación etílica, a la historia de amor de Raurich y Imachi, que ya me los imagino brindando, felices, con aquellos culitos.

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