No tengo ninguna duda de que alguien, en algún sitio, ya está escribiendo el guion para la película o la serie sobre el caso Pelicot. Ni la imaginación más fértil habría construido una trama tan escabrosa: una mujer descubre que su marido –supuestamente el hombre perfecto– la ha estado drogando para someterla a violaciones con una cincuentena de hombres durante casi diez años.
A medida que ha pasado el tiempo y el juicio contra este monstruo avanza, vamos conociendo detalles que, sin duda, van enriqueciendo el guion que se está escribiendo. La víctima, Gisèle, que ha mantenido una actitud digna y valiente, recupera un lema que se extiende instantáneamente: que la vergüenza cambie de bando. Tras declarar en el juicio a cara descubierta, Gisèle, de setenta y dos años, pide declarar una segunda vez para despejar algunos extremos del relato. En esta intervención se dirige a su marido por el nombre, Dominique, y le suelta: “Intento comprender cómo ese marido que había sido el hombre perfecto ha podido llegar a hacer esto”. Decidida a convencer a los más reacios, insiste en que el perfil de un violador puede no ser el de un desconocido en un parking, puede ser alguien de la familia.
La semana pasada llegó el momento de la declaración de los hijos de ese desgraciado matrimonio. La hija, Caroline, ya había declarado por encontrarse unas fotografías suyas durmiendo con ropa interior. Sin embargo, la duda de si también había sido víctima de su padre no está despejada. Ahora, sus hermanos, David y Florian, han exigido al acusado que confiese. Que confiese si también abusó de su hermana y de su nieto. Cuando el horror entra en nuestra mente –imagino– ya no tiene freno.
Los hijos de Dominique Pelicot han explicado cómo este drama ha destruido a la familia y les ha supuesto un duro golpe psicológico. Cómo, después de que su madre les contara los hechos vomitivos, vaciaron la casa de cualquier rastro del monstruo, incluidos los álbumes familiares de fotografías.
En este caso, la maldad no tiene límites, y la policía encontró también fotografías que Pelicot había hecho a sus nueras. El hijo pequeño, Florian, confesó en el juicio que su relación de pareja no ha resistido a toda esa tensión y se ha acabado separando.
Es decir, Gisèle Pelicot y sus tres hijos han quedado aniquilados por el descubrimiento de las maldades realizadas por su marido y padre. Esto no solo afectará a su futuro como personas –confiamos en que la terapia les pueda ayudar– sino que los ha dejado sin pasado, sin los recuerdos de una infancia que creían razonablemente feliz, sin un padre al que amaban y seguramente respetaban. En este sentido, llama la atención el testimonio de Florian, que ha asegurado que se hará pruebas de paternidad para verificar si Dominique Pelicot es o no su padre. lo con toda la libertad. Es fácil imaginar que busca la autorización para odiarlo con toda libertad.
Visto todo esto, quizás sería más interesante escribir un libro que un guion. Un libro que permetiese profundizar en los perfiles psicológicos de todos los protagonistas. Sería espléndido que lo hiciese, por ejemplo, Emmanuel Carrère, que ha demostrado una habilidad especial para escribir grandes novelas a partir de la realidad, y así nos ahorraríamos las imágenes escabrosas inevitables en una producción audiovisual.