El día 4 de noviembre, un hombre torpe y alcoholizado manoseó a Claudia Sheinbaum, presidenta de México, en un paseo por las calles de la capital. La presidenta presentó una denuncia a la Fiscalía por dar ejemplo de que este tipo de comportamientos son más que inadmisibles: "Son un delito, y si yo no presento denuncia, ¿en qué condiciones quedan todas las mujeres mexicanas?" En una rueda de prensa, Sheinbaum propone revisar que el acoso sexual en espacios públicos sea considerado un delito penal. Parece que las mujeres importantes –digo importantes para dejar claro que no solo tienen poder, sino que simbólicamente encarnan una serie de valores compartidos, como la libertad y el respeto mutuo– tienen que hacer frente a este tipo de violencias con demasiada frecuencia.
Atenas. Siglo quinto antes de Cristo. Un grupo de hombres importantes despide a las flautistas que los entretenían y deciden no alcoholizarse para poder lucir su discurso. Son como pavos reales abriendo las plumas para que todo el mundo lo vea. Vanidad de vanidades. Todos hablan mucho y hablan bien. No hay ninguna mujer, hasta que uno de los invitados, Sócrates, recuerda a una mujer importante, Diotima, que le enseñó todo lo que sabe sobre el amor. El amor —dice Diotima— es un intermedio entre lo que quisiéramos poseer y lo que todavía no tenemos. Diotima es importante porque un hombre como Sócrates, referente para otros hombres, la reconoce como tal. Pero Diotima es lista, sabe que Sócrates divaga, aunque los demás no se den cuenta. Ella conoce mejor los secretos del mundo, pero no lo dice: lo insinúa. Divagar es humano. Hablar también. El diálogo entre Sócrates y Diotima muestra las dos caras de hombres y mujeres en una relación incompleta y precaria.
Hoy (aunque, desgraciadamente, todavía algunas mujeres no lo vivan así) una mujer importante no necesita el reconocimiento de ningún Sócrates, porque puede mostrar su valor por sí misma, por sus hechos y por sus palabras. Las mujeres que hacen carrera política, como Sheinbaum, son un ejemplo clarísimo de ello. Sin embargo, ser una mujer importante no es fácil para las mujeres ni tampoco para algunos hombres, que sienten amenazada una pequeña cuota de territorio cuando una mujer ocupa el espacio. Las académicas feministas han llamado a este fenómeno de presión de poder por medio del acoso sexual disciplinamiento. Los hombres fuertes (y torpes) "disciplinan" a las mujeres importantes. Al tratarlas como objetos, las denigran. Denigrar es rebajar la dignidad de una persona para destruir la buena opinión que tienen los otros. Algunos hombres dependen de esa fantasía sexual sin la que no funcionan en la intimidad. Otros lo llevan a la práctica en los espacios públicos. En todos los casos, y aunque no tengan noticia de ello, los hombres que denigran a las mujeres también se denigran, humanamente, a sí mismos. Entonces se abre el agujero negro por donde se cuela la civilización, espacio simbólico compartido que nos hace dar cuenta, como Diotima, de lo que todavía no tenemos y nos falta.