Crisis política en Francia

El derrumbamiento de la V República

Emmanuel Macron en el Palacio del Elíseo el 4 de septiembre.
17/09/2025
3 min

Emmanuel Macron tomó posesión como presidente de la V República el 14 de mayo de 2017. La ceremonia dejó una imagen inquietante. Macron hizo una caminata en solitario por los pasillos del Louvre –con una cámara delante– hasta entrar en la sala del juramento. Caí en la tentación de cronometrarla y duró cuatro minutos y medio, a ritmo del superhombre que iba a casarse con la grandeur de la patria. Quién lo diría ahora. Ocho años más tarde, el que tenía que ser faro de la Francia del siglo XXI vive el desconcierto de un país que se hace pedazos, y asiste al adiós a un primer ministro nombrado por él que apenas ha durado nueve meses. Macron tiene todos los números para, ya antes de los cincuenta años, no ser más que un expresidente de la República.

Son las desventuras de un país al que le cuesta creer que no es el centro del mundo, y que ha quedado atrapado en la herencia de la V República, sin leer los cambios del mundo. Y se ha encontrado con una crisis de fondo –el malestar general– que hace tambalear a la Unión Europea, cada vez más fuera de juego en un momento en el que –ilusos de nosotros– todavía queríamos creer que seríamos capaces de hacer de contrapeso de las derivas autoritarias de las grandes potencias. Cuando Macron llegó, parecía consciente de lo que ahora es evidente: que, como dice Alain Duhamel, estamos en un cambio de régimen y de sociedad. Si pretendía liderarlo, se le ha escapado completamente de las manos. Con la disolución de la Asamblea Nacional en junio de 2024 se situó directamente fuera de juego. Y al presidente, en plena crisis de autoridad, le queda cada vez menos margen para seguir poniendo parches.

A menudo contra las evidencias, Francia ha querido hacer creer que Europa pasaba por ella. El pasado de Alemania y la escéptica distancia británica jugaban a su favor. Y, sin embargo, nunca ha terminado de encontrar el tono, en parte por la enfática idea de la patria francesa heredada del general De Gaulle que todos han querido imitar sin tener su autoridad ni su sentido de la grandeza. Solo así se explica la estrepitosa caída en el descrédito de Macron, el más entonado de los presidentes de ese período. El balance de su gestión sitúa a Francia en plena sintonía con el momento europeo. ¿Quién capitaliza el fracaso? La extrema derecha, como en todo el continente. Y no olvidemos el debate electoral de la reelección de Macron, en el que otorgó pleno reconocimiento a su rival, Marine Le Pen. Ahora ya se van apuntando todos. Como por ejemplo su antecesor, Nicolas Sarkozy. Triste balance de una presidencia que tenía que comerse el mundo: la extrema derecha ya no es tabú, y está lista para gobernar Francia. Y más aún: ¿quién crece hoy en toda Europa?

¿Dónde están las derechas liberales y conservadoras? ¿Qué sentido tiene ese temor reverencial a una extrema derecha que –en España también– les pisa los talones y las va acorralando? ¿Acaso tienen asumido que este es el futuro y, por lo tanto, que la democracia se cuela por las exigencias de los que mandan y por el desconcierto de la ciudadanía? ¿Qué tienen en común la claudicación de Von der Leyen frente a Trump –con la complicidad de todos, nadie ha pedido su dimisión– y el triste final de Macron? El sainete de estos días en una Francia en manifiesto retroceso es una advertencia sobre lo que ocurre cuando no se quiere reconocer que son las desigualdades las que hacen tambalear la política, que la inmigración es la gran coartada que los dirigentes utilizan irresponsablemente, y que el estado de derecho está en peligro porque la gente no se siente reconocida. Los que mandan no quieren enterarse. "La deuda es cada uno de nosotros", dice François Bayrou en el límite del cinismo.

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