¿Un DNI catalán?

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Independencia.

Cuando intentas ponerte en medio del conflicto catalán, y de buscar soluciones donde ambas partes cedan, las posibilidades son múltiples: puedes remitirlo todo a la sentencia del Estatut (y, por tanto, tratar de hacer uno de nuevo, o de crear un “estatus especial”); puedes, en cambio, circunscribirlo al debate sobre la financiación (que fue la gota que colmó el vaso de Artur Mas); puedes tener en cuenta la Declaración de Independencia de 2017 (es decir, partir de la base de que la ruptura es real) o puedes proponer un referéndum de autodeterminación (que en ningún caso es una propuesta de máximos, como dice Pedro Sánchez, normalmente una solución del medio donde ambas partes pueden ganar). Todas estas zonas grises, donde las cesiones pueden ser mutuas, pueden ponerse sobre la mesa y desarrollarse como propuestas de solución a corto oa largo plazo (siempre que la población las avale). Incluso se pueden combinar todas ellas, como pasos paulatinos, o como árbol de posibilidades según la evolución de la ruta. Ahora bien, hay algo que deben tener en cuenta mientras piensen en todas ellas: éste no es un conflicto administrativo. Ni competencial. Ni de financiación, o de modelos federales más perfectos o imperfectos. Es un conflicto nacional.

Esto significa que la identidad tiene un papel principal. La cultural, en nuestro caso. La de pertenencia. La buena noticia es que esto, lejos de ser un impedimento para una solución pactada, podría ser una oportunidad: las cuestiones nacionales, identitarias, culturales, de reconocimiento, no tienen por qué implicar roturas. El catalanismo lleva casi dos siglos intentando decir esto, y configurar un modelo plurinacional de Estado, pero lo ha hecho en solitario. Y aquí es donde los mediadores, o quien sea, deben intentar hacer entrar en razón el reino de España: si la independencia o la autodeterminación de Catalunya son cuestiones implanteables, imposibles, inconstitucionales y demasiado traumáticas, ¿por qué debería ser ¿tan implanteable, imposible, inconstitucional y traumática la plurinacionalidad? Quien lo plantea en este artículo es un independentista, vale, pero un independentista que piensa en posibles soluciones “del medio”: y me pregunto, ¿por qué no el reconocimiento nacional? ¿Por qué no fijar, de una vez por todas, que Cataluña y Euskadi son naciones? ¿O es que la autodeterminación no, pero eso tampoco?

¿Qué implicaría, un reconocimiento nacional? Algunos lo circunscribirán al pleno desarrollo de la lengua y la cultura, aunque me temo que es demasiado tarde para planteamientos tan naifos; otros harán hincapié en blindar competencias hasta el punto de darles un carácter de soberanía compartida; otros lo fían todo a la reforma de la financiación, a un modelo similar al del concierto económico oa la rebaja considerable del déficit fiscal; y otros pondrán, como garantía de plurinacionalidad real, que se reconozca el derecho a marcharse cuando sea necesario (tal vez fijar un mínimo de tiempo) y las vías para ello. Todas me parecen válidas, de hecho yo las compro todas a la vez, y todas a la vez pueden hacer lo que. Pero me faltará una fundamental, que considero mi personal acuerdo de mínimos en la resolución de este conflicto: un DNI catalán.

Pensarán que es una manía sentimental, poco útil, simbólica, un simple papel. Quien piense esto debe intentar hacer el ejercicio de asimilarlo a tantas personas que se han visto imposibilitadas de adquirir un nombre de mujer porque su físico parecía demasiado masculino. Y viceversa, claro. En mi caso, y en el de muchísima otra gente, estamos ante un problema de justicia y respeto a nuestra identidad más genuina y profunda. No es que no nos sintamos españoles, con todo el respeto, sino que simplemente no somos españoles. No somos mujeres, no somos hombres, para que lo diga nuestro DNI. Somos lo que somos, no queremos ser más y no somos más. Una autodeterminación "de género", en cierto sentido. Comprender el conflicto catalán no va de teorías de la política, o de sistemas constitucionales, o de equilibrios competenciales: es comprender que hay un grupo de personas, millones de europeos, que pertenecen a una nación y que no se sienten de ninguna otra. Pueden escoger independizarse o quedarse, pero ambas vías piden resolver una cuestión de pura justicia: nunca podremos sentirnos conformes con nada hasta que podamos decir oficialmente qué somos. Y, en sentido adverso, qué no somos. Comprender esto es fundamental, tanto para explicarse la pulsión independentista catalana como para tratar de detenerla.

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