Adolescents. Getty Images
03/10/2025
3 min

Hablamos del machismo como si fuera una maldición bíblica, un designio de dioses invisibles que tienen el futuro en sus manos. No decimos, como decían en mi pueblo, que todo está escrito, pero suspiramos sentenciando "no vamos bien, vamos hacia atrás". Los acosadores y maltratadores imberbes no se explican por la misoginia clásica, son el reflejo de las formas tecnológicas que ha adoptado ese viejo conocido que es el odio hacia las mujeres. Si los feminicidas de mayor edad son hijos perfectos del patriarcado, tal y como reza el conocido eslogan feminista, estos chavales son hijos perfectos del neomachismo tecnonihilista que nos han ido imponiendo los grandes magnates de corporaciones de dimensiones monstruosas. A los bros que se mueven por la pulsión depredadora de personas y naturaleza debemos pedirles cuentas por cómo están cambiando lo que somos actuando sobre el eslabón más desprotegido e influenciable: el de los niños en formación.

Es cierto que el machismo ha existido siempre y que en muchos casos se aprende viéndolo en casa, pero ha habido un salto exponencial en las posibilidades de hacer este tipo de daño. Si antes de internet un niño quería cabrear a una compañera le tiraba de las trenzas o esparcía un rumor malintencionado. Ahora tiene a su alcance herramientas informáticas con las que puede continuar su acoso fuera de las aulas y de los entornos físicos concretos y limitados con los que podía encontrarse con la víctima, que ya no se siente segura ni en casa, ni en la intimidad de su habitación o su cama. En caso de que la niña utilice la tecnología para silenciar o bloquear al pesado de turno (gran invento, el botón de bloquear) hay disponibles otras muchas vías para insistir en el maltrato. Si no consigue, pongamos por caso, que ella le envíe fotografías con poca ropa, da igual, con la edición digital la puede desnudar y exponer públicamente.

Ante esta realidad hacemos tomar conciencia a las menores para que se protejan, pero esto no deja de ser un parche, un zurcido de emergencia para minimizar el daño que les pueden hacer. El verdadero trabajo hay que hacerlo con los niños que nos han nacido machistas y misóginos cuando sus abuelos ya tuvieron que ser reeducados por la generación de feministas de la Transición, que venían de un régimen antiguo y muy largo. La diferencia más importante entre esa ola transformadora y nuestro presente es que entonces se sabía perfectamente cuál era la raíz de la represión. Ahora, antes de actuar debemos preguntarnos: ¿de dónde viene este neomachismo? ¿Dónde han aprendido estos chicos a reivindicar la dominación masculina? O sea: ¿quién los educa en estos valores? ¿Y cómo? ¿Y por qué ni la hegemonía de los valores de la igualdad en el debate público ni la escuela ni las familias tienen en ellos suficiente influencia como para evitar que renieguen de una demanda de justicia tan incuestionable como la que hace el feminismo?

En mi opinión el problema es que hemos descuidado a un agente educador muy potente que tiene una presencia grande y atractiva en las vidas de los niños y los adolescentes: el terreno del ocio, el tiempo libre en el que parece que los adultos no tenemos que inmiscuirnos. Los contenidos que consumen en las horas de ocio representan (y difunden de forma masiva) valores terriblemente machistas, normalizan la violencia contra las mujeres y colonizan esferas tan íntimas como la sexualidad. Ante este panorama las feministas escribimos, analizamos, reivindicamos y seguimos trabajando desde diferentes ámbitos, pero solas no podemos hacerlo todo. Necesitamos que los propios hombres asuman el trabajo de educar en feminismo, que se conviertan en buenos referentes para los pequeños. Que contrarresten, en definitiva, con la defensa clara y decidida de la igualdad, los modelos misóginos que les llegan a través de las pantallas. A ellos los escucharán más que a las que ya han aprendido a ver como enemigas.

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