ERC y la responsabilidad de gobernar

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Pere Aragonès y Oriol Junqueras a las puertas de la sede de ERc en Barcelona

Las elecciones más enrarecidas al Parlament de Catalunya, en plena pandemia, han dado un resultado que cambia los liderazgos tanto en el bloque independentista como especialmente en el unionista. El independentismo consolida y aumenta su mayoría, supera la barrera simbólica del 50% de los votos y sitúa a ERC delante de JxCat tanto en votos como en escaños, con una CUP fortalecida y un PDECat que no ha conseguido su objetivo de entrar en el hemiciclo. Al otro lado, el zarandeo es más espectacular: el literal hundimiento de Cs (pierde 30 diputados; solo retiene 6) lo capitaliza un PSC que recupera su protagonismo histórico y gana las elecciones en votos (con el 23% de los sufragios), mientras que empata en escaños (33) con los republicanos. La debacle de los naranjas también supone la entrada por primera vez al Parc de la Ciutadella de la ultraderecha xenófoba, que se convierte así, con 11 escaños, en la cuarta fuerza del hemiciclo, a la cual habrá que evitar dar ningún tipo de protagonismo ni permitir que marque la agenda política. Finalmente, el PP, el gran partido de oposición en España, se empequeñece todavía algo más en Catalunya.

Todo esto, sin embargo, se ha producido en medio de una altísima y preocupante abstención, fruto tanto del miedo debido a la epidemia como de la situación de cansancio político de la ciudadanía. La participación se ha situado en un exiguo 53,5%, el porcentaje más bajo de la historia de las elecciones al Parlament de Catalunya, un triste y preocupante récord que tendría que hacer reflexionar al conjunto de la clase política. Esta gran abstención no quita legitimidad a los resultados, pero sí que obliga a la humildad en su gestión.

Teniendo en cuenta los vetos cruzados entre las dos fuerzas ganadoras (PSC y ERC), y la evidente dificultad del socialista Salvador Illa para obtener suficientes apoyos para ser presidente pese a su anuncio de presentarse a la investidura, el nuevo panorama surgido de las urnas empuja hacia la reedición de un Govern independentista capitaneado por el republicano Pere Aragonès. Un Govern, sin embargo, que no tendría que repetir la lamentable imagen de debilidad y amarga desunión de los últimos años, que se ha traducido en un ejecutivo bicéfalo sin un rumbo claro en medio de una epidemia que ha dejado a la sociedad catalana en estado de shock. Ahora es la hora de la responsabilidad, de ponerse a trabajar para vencer en primer lugar al covid-19 y para salir de una profunda crisis económica y social. De gobernar con el máximo rigor, honestidad y eficacia. Y de ponerse a ello con celeridad: no hay tiempo a perder. El momento es muy delicado, muy duro, y pide determinación, seriedad, generosidad y consensos básicos.

Junto a esta prioridad urgente e incuestionable, resulta también imprescindible trabajar, con amplios acuerdos y con diálogo interno en la sociedad catalana, y abriendo una negociación tan necesaria cómo difícil con el gobierno del Estado, para forzar el fin de la represión, la liberación de los presos y el regreso de los exiliados, y avanzar hacia la resolución del pleito soberanista. Hoy la celebración de un referéndum pactado sería defendida por una mayoría de 82 diputados en el Parlament de Catalunya. 

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