Segundo estado de excepción electoral

Las graves circunstancias en las que se han celebrado estas elecciones hacen que los resultados se tengan que leer atendiendo a los acondicionamientos de excepción que los han determinado. Quiero decir que la interpretación del mapa parlamentario resultante no tiene unos colores tan limpios y claros como parecen indicar las meras representaciones del número de votos y diputados conseguidos por cada partido. Así, y solo para empezar, no sabemos cuántos votos del millón y medio que se han perdido respecto al 2017 lo son –positivamente– por un clima de menor polarización política y cuántos los podemos atribuir –negativamente– al impacto de la pandemia, ni qué variación en escaños ha resultado de una cosa y de la otra. 

Por no saber –y sería un dato relevante– tampoco sabemos cuántos votantes se han movilizado finalmente, y a pesar de todos los desengaños, para enfrentarse al marco de represión política y de atentados a las libertades básicas que se vive en España. Y para añadir incertidumbre a la interpretación de los resultados, se hace difícil discernir qué hay de ideología y de programa, qué hay de identificación nacional catalana y española o, en la tercera dimensión con la que ahora habría que hacer los análisis, cuánto pesa el soberanismo y el unionismo en la decisión final del voto. 

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En definitiva, estamos ante unos resultados marcados por la pandemia, por las amenazas a la democracia y por el conflicto nacional abierto con España. Y, si bien la dinámica política resultante se desarrollará legítimamente según el peso obtenido por cada partido, en ningún caso tendríamos que olvidar que son resultados que suman varios estados de excepción. Querer hacer mapas nítidos del abstencionismo, de derechas e izquierdas o de independentistas y unionistas, sería ignorar que Catalunya vive un proceso políticamente convulso que tal como encaramaba a Ciudadanos en 2017, los ha hundido el 2021. Que tal como ha dado la victoria en votos al PSC, también ha hecho entrar Vox con una fuerza inaudita en el Parlament. Que, a pesar de la abstención, se han duplicado los votos en blanco y nulos en términos absolutos. Y que si los partidos independentistas han perdido 3 de cada 10 votos obtenidos el 2017, el resto de partidos han perdido 4 de cada 10. 

Se trata de una inestabilidad de fondo que seguirá marcando el futuro inmediato de la política catalana. Ni se habrá pasado hoja de nada cómo anuncia el PSC, ni vendrán tiempos de gobernación plácida mientras no se tenga amnistía y referéndum de autodeterminación. Obviamente, tampoco se pacificará el debate parlamentario. La brutal entrada de Vox lo hará imposible, y es un hecho que tiene que merecer un análisis frío: qué peso tiene el populismo global, cuál es la responsabilidad de los que han encendido un patriotismo español reactivo y qué papel han jugado las redes y los medios de comunicación.

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Es cierto, aun así, que las elecciones del 14-F también señalan con fuerza algunas estabilidades. Así, no se puede obviar que el empate entre los tres principales vencedores dibuja cuál es la centralidad política catalana. Si nos limitamos a estas tres fuerzas, más allá de la retórica postelectoral, las tres establecen una sólida mayoría de centroizquierda, con escasas diferencias programáticas en este eje. Si no fuera por otras interferencias, esto tendría que garantizar la toma de las decisiones políticas necesarias para la reconstrucción pospandemia del país. También queda estabilizada la mayoría soberanista por dos a uno entre los tres grandes, por la mayoría absoluta parlamentaria de los 74 escaños y por el 51 por ciento de los votos. Esta contundente triple evidencia –más la recuperación de la calle cuando las circunstancias lo permitan– tendría que llevar indefectiblemente y a medio plazo a la amnistía y el ejercicio formal del derecho a la autodeterminación. Y, puestos a buscar estabilidades, ojalá la irrupción de la extrema derecha haga ver a todo el mundo que cuando se juega con el fuego de una polarización irresponsable son los pirómanos los que sacan partido.

En definitiva: todavía no ha llegado la hora de conocer cuál será el mapa de una Catalunya emancipada.

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Salvador Cardús es sociólogo