Si habéis leído mis dos o tres últimos artículos, habréis podido observar una cierta preocupación de mi parte por lo que puede ocurrir en las elecciones europeas que se celebrarán el próximo mes de junio. La principal de las razones es el malestar que se ha ido haciendo visible en muchos sectores (tractores, chalecos amarillos, personal sanitario, líneas aéreas, transporte público...). Malestar que es el reflejo de los problemas reales creados por la inflación de los precios, por el crecimiento de la desigualdad entre personas y entre países, y por la inseguridad en muchos aspectos. Esto puede producir, en el ámbito de la UE, lo mismo que ha ocurrido en varios de los estados europeos, es decir, un aumento de los votos a las fuerzas de derecha, y quizá de extrema derecha, a la hora de constituir el Parlamento Europeo y aprobar la Comisión.
Mi preocupación es que el resultado de las elecciones nos pueda hacer entrar en una etapa, no solo de estancamiento, como ocurrió durante las dos últimas décadas, sino de retroceso en la construcción política de nuestro espacio. Si así fuera, el futuro se configuraría como un mundo con dos bloques, China y Estados Unidos, con un posible tercer grupo de estados asiáticos, sudamericanos y africanos, que ya se está construyendo. En este caso el papel de los estados europeos, incluso de los tres o cuatro mayores, habría pasado a ser definitivamente marginal, o, a lo sumo, de absoluta dependencia de los estadounidenses. Está claro que es en esta parte donde debemos situarnos, pero no como unos simples acompañantes, ya que los valores, la historia, la cultura, y las posibilidades europeas tienen tanta o más fuerza y pueden ser tanto o más útiles que las americanas. Ahora bien, esto solo será evitable si Europa puede presentarse y jugarse como una estructura política unida y solidaria. He leído en muchos lugares una frase que resume perfectamente lo que yo pienso: "O construimos una integración completa o desapareceremos". Esa perspectiva llena de sombras es la que me crea preocupación.
1. Tiempo de sol y tiempo de sombras. Me gusta explicar que el proceso de construcción europea ha tenido a lo largo de los últimos 80 años temporadas soleadas y otras más nubladas. Creo que las etapas iniciales fueron del primer tipo, y sobre todo las de la presidencia de Delors, que vieron mucho sol. A partir de ahí se entró en una situación difícil a consecuencia de la no aprobación de una Constitución y la ampliación con muchos nuevos estados, entre ellos los de la anterior Unión Soviética. La “unificación” de una gran cantidad de aspectos no se ha logrado y esto crea dificultades internas y de presencia internacional. Hay que aceptar que los recientes problemas derivados del cambio climático, de las necesidades demográficas, de los problemas sanitarios, de la fragilidad financiera, o de la inseguridad, han hecho que en los últimos años se hayan aplicado bastantes políticas europeas de tipo conjunto y solidario que han permitido ver un poco más el sol, pero que ahora parece que ya se están retirando, y se vuelve a hablar por parte de algunos países de austeridad y nuevas ampliaciones de miembros, sin haber hecho antes algunas reformas imprescindibles en aspectos políticos, fiscales o democráticos para pasar de un “tratado” a una “federación”. Después de unos momentos de sol, volvemos a ver cómo las nubes se agrupan y existe el peligro de no volver a verlo...
2. Un pequeño rayo de sol. Esta semana hemos conocido algo que, con optimismo, podemos considerar como tal. La presidenta Ursula von der Leyen parece ser la cabeza de lista del Partido Popular Europeo en las votaciones de junio. Esto es importante, ya que significa que, aunque este partido gane las elecciones por encima de los partidos socialdemócratas, si ella repite para un segundo mandato como presidenta de la Comisión, desaparece en parte el peligro que demos más marcha atrás en el proceso de construcción política, algo que posiblemente no ocurriría con un presidente de centroizquierda, pero que sería muy probable con un nuevo presidente de derechas, y más aún si necesitara el apoyo de la ultraderecha. Pienso que Ursula von der Leyen ha sido una buena presidenta, que ha visto con claridad las necesidades de la UE y que no ha dudado en poner en marcha, dentro de lo que el Tratado le permitía, actuaciones en campos como el financiero, el sanitario, el migratorio, o el ecológico que nos han acercado algo a la idea de una Europa unida. Pienso que este anuncio debe tranquilizarnos un poco respecto de lo que puede venir después de junio, y puede no ser tan peligroso como podrían significar las consecuencias de un gran aumento del voto de derecha.
Como un elemento de menor importancia, pero no para olvidar, vale la pena poner de manifiesto que las relaciones que han tenido Von der Leyen y Pedro Sánchez durante los seis meses de presidencia española del Consejo en Bruselas han sido muy buenas y, por tanto, pueden ser importantes para el estado español. En junio pienso seguir votando centroizquierda, pero creo que, haya en España un presidente u otro, por razones de persona o de partido habrá una buena relación si la presidenta es Von der Leyen.