He tenido la gracia de encontrarme con el papa León, y en su presencia he descubierto algo más que un pastor: he visto a un hombre que escucha con el oído del corazón, que habla con la serenidad de quien reza, y cuya mirada abraza como un sacramento. Su prudencia no es un silencio temeroso, sino sabiduría que discierne y se atreve a señalar el camino. Su compromiso no se agota en gestos diplomáticos: es una apuesta radical por el Evangelio, por la justicia, por la paz y por el cuidado de la Tierra, casa común que se nos confió y hoy agoniza.
El papa León se levanta como heredero del fuego misionero de aquellos que nunca callaron la Buena Nueva. Lleva en el alma el ardor del Evangelio desnudo, sin maquillaje, convencido de que sólo Cristo es esperanza para los pueblos heridos y fuerza para quienes no se resignan al mal.
En su magisterio, en sus encuentros, en sus mensajes, nos lanza palabras que no son diplomacia, sino dardos encendidos que hieren la indiferencia y despiertan la conciencia. Escuche: "Detenemos la pandemia de las armas que infecta al mundo", "Gaza necesita pan y dignidad, no bombas", "Ucrania sangra por miles de heridas, no dejamos que la guerra siga siendo una costumbre", "Los pueblos tienen derecho a vivir en paz. La paz no es ingenuidad.
Estas frases no son consignas políticas, son los gemidos del Espíritu en boca de un profeta. Al escucharle, confirmo lo que ya intuíamos: el Espíritu Santo sigue guiando a la Iglesia. Lo hizo con Francisco, profeta de la ternura, y lo hace hoy con León, profeta de la esperanza. Ambos muestran que el Evangelio no se negocia, sino que se encarna, se vive, y que la única revolución que transforma el mundo es la del amor.
El papa León es un signo luminoso en medio de la tormenta. Su voz se levanta como faro en medio de la confusión y recuerda a la humanidad que no estamos condenados al odio ni a la autodestrucción. Con Francisco y con él, la Iglesia no es un museo ni una institución caduca: sigue siendo madre, maestra, amiga, compañera de camino. Y nos invita a creer, a luchar ya soñar con el mundo nuevo que brota cada vez que alguien elige paz en vez de guerra, vida en vez de muerte, amor en vez de egoísmo.
"La paz comienza en el corazón y tiene un efecto multiplicador". Esta frase, que resume su magisterio, se convierte hoy en un mandato profético: ser sembradores de paz, guardianes de la tierra, testigos de la ternura de Dios.
Gracias, papa León, por prestarnos tu voz. Gracias por confirmarnos en la fe. Gracias por recordarnos que el tiempo de Dios es ahora, y que ahora es el tiempo de abrazar a toda la humanidad.