Nada, en ese fin de semana de San José del 1931 -Tarradellas siempre subrayaría la coincidencia de la fundación con su onomástica-, nada hacía pensar que la nueva sigla estuviera destinada a tener una presencia tan larga y un papel tan relevante en la historia del país. El flamante partido más bien parecía otro avatar de la larga serie de intentos (el Centre Nacionalista Republicà, la Unió Federal Nacionalista Republicana, la Esquerra Catalanista, el Bloc Republicà Autonomista, el Partit Republicà Català...) que, durante los treinta años anteriores, habían intentado sin éxito levantar una alternativa progresista y eficaz a la Lliga de Cambó. En este sentido, la acogida de la prensa y de los rivales fue entre desdeñosa y despectiva.
Y, aun así, esa vez los impulsores de la neonata Esquerra Republicana habían encontrado la fórmula del éxito. ¿Por qué? Gràcies, en primer lugar, a la excepcional coyuntura política -es decir, al derrumbamiento imparable de la monarquía de Alfonso XIII-, pero también a la intuitiva capacidad de ERC para sintonizar con el estado de ánimo de las clases populares en ese momento histórico y a la osadía de sus líderes (Companys, Macià...) el 14 de abril, cuando ejecutaron un cambio de régimen como quien rueda una película sin guion.
Con el triunfo en las urnas y la toma del poder, Esquerra -que ya había nacido con un alto grado de heterogeneidad interna- se convirtió en un modelo de catch-all party, de partido recógelo todo. Todo quería decir que entre los militantes -y aún más entre los votantes- habría desde burguesía empresarial y profesional (los Josep Suñol y Garriga, los Carles Pi i Sunyer...), pasando por pequeñoburgueses, menestrales, agricultores modestos o rabasaires hasta obreros de simpatías cenetistas. Y que, entre los dirigentes, se podrían encontrar laboristas a la inglesa, radicalsocialistas a la francesa, masones y católicos, autonomistas, federalistas y -como se decía entonces- separatistas.
Solo esta amplitud de la base social e ideológica explica que, a pesar de las convulsiones de puertas adentro y de puertas afuera, a pesar del fracaso del Seis de Octubre y de la represión subsiguiente, el partido ganara todas las elecciones entre el 1931 y el 1936. Y que fuera capaz de resistir, herido pero no desarbolado, la revolución, la Guerra Civil y aun la feroz política de exterminio de los primeros años 40.
Crisis de liderazgo y escisiones
Pero el franquismo resultó interminable y, además, durante esas décadas la sociedad y la economía catalanas cambiaron profundamente. Desde esta perspectiva, que Esquerra reviviera en 1976 y consiguiera -por los pelos y todavía ilegal- pasar el corte del 15-J-77 fue casi milagroso. Esto no le aseguró un futuro plácido sino, bien al contrario, sacudido por las crisis de liderazgo y las escisiones. Ahora bien, ¿quién se acuerda hoy de la Esquerra Catalana de Hortalà, de los Renovadors d'Esquerra de Nualart, del Partit per la Independència de Colom...? Nadie. ¿Qué huella dejaron? Ninguna.
Con una capacidad de regeneración y de resiliencia remarcables, con una militancia tan díscola como fiel al viejo partido del triángulo, Esquerra Republicana superó las guerras fratricidas de los años 2000 (puigcercosistas contra carodistas, sin olvidar otras facciones), dejó atrás la libanización del congreso de 2008, pasó del independentismo platónico o durmiente que le había infundido Àngel Colom veinte años antes al independentismo activo timoneado desde el 2011 por Oriol Junqueras, y persiguió desde entonces un doble y ambicioso objetivo: una República Catalana más sólida y duradera que la de Macià en 1931 y la hegemonía dentro del campo independentista, haciendo el sorpasso al espacio posconvergent, o expujolista, o puigdemontista, o como se quiera denominar.
Paradójicamente, una ERC que tenía fama de inflamada e imprevisible persigue ahora estas metas desde el pragmatismo y la moderación, a pesar de encarcelamientos y exilios. Volver a la presidencia de la Generalitat parece cosa de pocos días. La independencia en forma de República resulta, evidentemente, un objetivo más complicado.