España y los inmigrantes

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Pedro Sánchez, en su visita a Mauritania

Dado que el tema es uno de los más importantes del curso político, es oportuno recordar que Pedro Sánchez se estrenó como presidente del gobierno español con la decisión de acoger el buque de rescate de inmigrantes Acuario, que había sido rechazado por Malta e Italia. A su Manual de resistencia (un libro que nadie ha leído pero que todo el mundo cita, como nos disponemos a hacer a continuación) se mostraba orgulloso: “A mí, personalmente, haber salvado la vida a estas 630 personas me hace pensar que merece la pena dedicarlo se a la política”, escribió allí Sánchez, o hizo que lo escribiera alguien, con la modestia que le caracteriza. Y aún añadía: “Podíamos haber mirado hacia otro lado, como sucede con demasiada frecuencia en el tema de las migraciones”.

Pero Pedro Sánchez miró hacia otro lado, o tuvo que mirarlo, cuatro años después, cuando se plegó al posicionamiento ya los intereses de Marruecos en el conflicto del Sáhara Occidental. También, en el sangriento episodio de la masacre de Melilla, o de Nador, según quien escriba su crónica: veintitrés inmigrantes irregulares murieron asesinados, pero el gobierno español no se movió de su versión oficial, según la cual los autores de la matanza habían sido gendarmes marroquíes, y no agentes de la Guardia Civil. El ministro Grande-Marlaska no dimitió y el Partido Popular hizo grandes aspavientos invocando los derechos humanos. Olvidaban tal vez otra matanza, la de Tarajal, en la que catorce inmigrantes irregulares fueron muertos por agentes de la Guardia Civil (aquí no cabía duda posible), presuntamente por orden del entonces ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz, que solía declarar que se sentía inspirado, o asistido, por la Virgen del Pilar.

Las crisis de guerra y de pobreza en África y en Oriente Medio han hecho aumentar de forma importante las llegadas de refugiados e inmigrantes irregulares a las costas españolas. Antes de las elecciones europeas del pasado mes de junio, la Unión Europea acordó una reforma del Pacto de Migración y Asilo fuertemente influida por la presión de las derechas duras: se reducen las garantías del derecho de asilo y se refuerzan las políticas de externalización de fronteras y de retorno (una forma técnica de referirse a las lanchas patrulleras libias y turcas, especializadas en el hundimiento de pateras). Al mismo tiempo, Pedro Sánchez y sus colaboradores llegan a la conclusión de que el papel del presidente español en la política internacional debe ser el de referente político en la lucha contra la extrema derecha. El PP, por el contrario, se pliega a Vox en la competición para subir el tono contra la inmigración: ahora Feijóo y los suyos ya exigen deportaciones masivas, y si los de Abascal (y Alvise, y Ayuso, y etc.) aprietan un poco, la subasta de medidas robocop contra la inmigración no hará que dispararse. La discusión se encuentra en un punto entre la incapacidad europea de proponer políticas comunes valientes entre los estados miembros de la Unión y los cálculos de intereses de los distintos partidos políticos.

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