Pere Aragonès y Jordi Turull
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¿Pensábamos que habíamos superado las famosas dos Españas? Pues aquí las tenemos, quizás más vivas que nunca. El único progreso es que ahora podemos medirlas con bastante exactitud, pero justamente para comprobar que están muy igualadas. La España progresista (PSOE, Sumar, ERC, Bildu) alcanzó el 47,26% de los votos; la España que vuelve a ser negra –o que quizás no ha dejado de serlo nunca–, el 45,44% (PP, Vox). Los votos restantes (7,3%) cuesta situarlos en estos bloques. Y un 30% aproximadamente de personas no se han pronunciado, quizás están enfadadas, quizás les da igual.

Las dos Españas de siempre, un siglo más tarde, qué terrible... Una de las dos te helará el corazón, nos dijo Machado. A él lo mató de fatiga, de pena, de exilio. Esa España que mató a su mejor gente, trabajadores, científicos, los tres mejores poetas de un tiempo, y ahuyentó a tantos otros... La España que ahora ha estado a punto de helarnos el corazón a tantos y tantas de nosotros. No es mayoritaria, como hemos visto, a pesar de las chulerías y las mentiras, pero las dos Españas están casi rozando. ¿Podremos alguna vez enterrarla en el mar, como pedía otro poeta? Y no me refiero a las personas, claro, sino a una tendencia intransigente y autoritaria que es la que hiela periódicamente el progreso y la esperanza de este pedazo de mundo que nos ha tocado habitar.

Menos eternas, por suerte, y menos irreconciliables, pero no menos reales, las últimas elecciones nos dibujan la existencia de tres Catalunyas políticamente diferenciadas. Existe un primer grupo mayoritario, con el 48,52% de los votos (PSC, Sumar), que podemos calificar de progresista. En estas elecciones, el tercer grupo, mucho menor, pero que ha crecido y se ha concentrado, en comparación con el año 2019: PP y Vox recogen el 21,10% de los votos, sumando a los suyos probablemente todos los que anteriormente acudieron a Ciudadanos, pero añadiendo casi un 2%; la España reaccionaria no nos es tan ajena, y poco a poco se va haciendo un hueco entre nosotros.

Y el segundo grupo en porcentaje, sin paralelo en España: el 27,12% de los votos (ERC, Junts, CUP) que se define por la voluntad de independencia de Catalunya como objetivo principal de su acción; numéricamente infrarrepresentado en estas elecciones, al parecer; la participación catalana ha estado 5 puntos por debajo de la del conjunto de España y ha descendido también unos 4 puntos en comparación con hace 4 años. Una parte del independentismo optó por no ir a votar, como protesta por no haber avanzado hacia la independencia; o quizás ya convencida de que no se podrá conseguir a corto plazo, y pensando que no le interesa ningún otro tipo de proyecto político.

¿Qué nos dice esta división política catalana? Cosas diversas: sobre todo, que, a diferencia de una división clásica en España que se mantiene con pequeños cambios desde hace siglos, Catalunya se encuentra, en este momento, sin un proyecto hegemónico que señale un camino preciso. Nos dice también que la derecha catalana se ha deshecho, ha pagado muy caros los veinte años de pujolismo, que, como todo régimen personalista, suele dejar yermo el terreno cuando desaparece; y los restos de lo que llamábamos burguesía catalana están políticamente tan desorientados que llegan incluso a decantarse parcialmente por el PP o por Vox, o por un Junts que tampoco los representa realmente. Ya lo vimos con la huida de tantas empresas en 2017.

Un panorama ahora mismo incierto, porque, al menos aparentemente, hay pocas posibilidades de aglutinar a estos grupos tan diferentes para confeccionar un diseño de futuro propio para Catalunya. Solo ERC parece capaz de hacer de puente entre las diversas opciones, pero todavía de una manera ambigua, con el miedo a no mojarse demasiado con el bloque progresista, porque eso, como se ha visto, le arrebata a muchos de sus votantes. Junts y la CUP, antagónicos en el eje derecha/izquierda, comparten la melancolía de unos proyectos por ahora utópicos, sin una ruta clara, porque no puede existir. Quedan, pues, aislados, cada uno con su quimera, que va perdiendo votantes porque no puede avanzar. Y en cuanto a la derecha reaccionaria, nunca ha tenido ningún otro proyecto para Catalunya que el de hacer desaparecer nuestra singularidad. De momento también está aislada, no puede hacer gran cosa, pero en el vacío de proyecto propio, la muleta del españolismo hace que vaya ganando terreno.

La complicada coyuntura actual quizás nos aclare algo, si ERC y Junts juegan bien sus cartas, hoy decisivas. Y si, por tanto, más allá de deseos y diferencias, suman en una de las dos Españas, que, por ahora, son el tablero real donde nos movemos.

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