Un espectro en campaña

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Pasqual Maragall, José Luis Rodríguez Zapatero y Josep-Lluís Carod-Rovira

Parafraseando el famoso inicio del Manifiesto comunista de Marx y Engels (1848), podríamos decir que un fantasma recorre esta campaña electoral catalana: el fantasma del tripartito de izquierdas. Unos dicen temerlo o rechazarlo, otros lo anhelan -incluidos determinados medios de comunicación, alguno de los cuales no lo habría imaginado nunca-, unos terceros lo agitan como arma de combate electoral; pero sin duda está siendo la gran presencia ausente, el gran espectro hasta el 14-F.

Es curioso que sea así, porque los únicos antecedentes disponibles -los de los gobiernos presididos por Pasqual Maragall de 2003 a 2006 y por José Montilla de 2006 a 2010- no dejaron en los implicados muchas buenas vibraciones, ni les fueron muy beneficiosos. De hecho, a lo largo de ese septenio los tres socios de gobierno (PSC, ERC e Iniciativa) perdieron en conjunto casi 800.000 votos y 26 escaños.

Resulta comprensible, en este sentido, que solo el vértice menor de ese triángulo -o los herederos de su espacio político- sigan reivindicando la fórmula. El actual En Comú Podem, igual que entonces ICV, tiene mucho que ganar y muy poco que perder: ¿de qué otra manera podría conseguir alguna conselleria en la Generalitat? Titular hoy, además, de la alcaldía de Barcelona, es evidente que para Ada Colau sería magnífico tener un Govern afín al otro lado de la Plaça Sant Jaume; lo sería para gobernar más cómodamente la ciudad hasta el 2023, y lo sería todavía más de cara a las ambiciones supramunicipales que la alcaldesa cultiva. Jéssica Albiach, por su lado, invoca otro argumento que la acredita como legítima heredera del sectarismo de los tiempos de Joan Saura y Dolors Camats: hay que excluir del Govern a cualquiera que haya tenido algo que ver con la difunta Convergència. ¿Esto no se podría llamar racismo político?

Después están esos otros (Ciudadanos y el PP) que intentan frenar la fuerte competencia del PSC en el ámbito unionista asegurando una y otra vez que el programa oculto de Salvador Illa consiste en formar gobierno con ERC y los comunes, y que solo un apoyo masivo a los naranjas y a los populares garantiza que esto no será posible. Se trata de un vulgar recurso pescavotos, sobre la eficacia del cual me declaro escéptico. En un tono muy menor, también Junts, dentro de su pugna intraindependentista con Esquerra, da a entender a ratos que, si los números lo permitieran, los republicanos podrían caer en brazos de los socialistas, y que la mejor manera de impedirlo será un voto consecuente y robusto a la lista Puigdemont-Borràs.

Sea como sea, el famoso tripartito de izquierdas no puede tener ninguna otra base que un acuerdo PSC-ERC. ¿Hay muchos indicios? ¿Se los ve camelarse mucho? (Observen que he escrito indicios, no deseos...). Salvador Illa ha declarado estos últimos días que, en su hipotético Govern, “no habrá ningún independentista”. Ha hecho más que eso: anuncia como futuro vicepresidente económico al señor Maurici Lucena, actual presidente de una empresa tan partidaria del federalismo y del autogobierno -de los aeropuertos, se entiende- como Aena. Un gran guiño, sin duda. Y entre la selectísima concurrencia al primer acto de campaña en la sede de la calle Pallars estaba el notario Juan José López Burniol y Jaime Malet, presidente de la Cámara de Comercio de los Estados Unidos en España. Los conozco -desigualmente- a los dos y, con franqueza, no me los imagino bendiciendo, el 2021, un pacto de gobierno entre el Partido de los Socialistas y Esquerra Republicana ni bajo la más refinada y cruel tortura. 

Y a todo esto, ¿qué dicen los republicanos? Naturalmente, niegan por activa y por pasiva cualquier hipótesis de entendimiento con el PSC en la Generalitat. Pero, como la palabra de los políticos no cotiza muy al alza, examinémoslo desde la perspectiva de los intereses de partido, que estos sí están muy vivos. Cuando el objetivo último que perseguían con esos tripartitos de la primera década del siglo XXI -conseguir la hegemonía, la primogenitura del espacio nacionalista/independentista- parece más cerca que nunca, si lo logran ¿renunciarán al gozo de encabezar el Govern en detrimento de Junts, de tener a Laura Borràs en el lugar de vicepresidenta? Y si tropiezan sobre la línea de meta y quedan dos palmos por detrás, ¿lo echarán todo a perder, se arriesgarán a un cataclismo interno para casarse con el presidenciable socialista más refractario a la ampliación del autogobierno -más incluso que Montilla, porque ahora no hay un nuevo Estatut en el banquillo de los acusados del Tribunal Constitucional- desde el 1980?

En política todo es posible, dirán los cínicos y los descreídos. Y en el twitterismo cazador de traidores y botiflers ya lo deben de dar por hecho. A mí -que soy un antiguo- me parece inverosímil que un partido a punto de cumplir 90 años (el próximo 19 de marzo) con buena salud se quiera suicidar. Todos los nonagenarios que he conocido y conozco más bien tienen muchas ganas de vivir.

Joan B. Culla es historiador

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