Entre la esperanza y el miedo

Joel Mokyr, profesor de la Northwestern University y ganador del Nobel de economía de 2025, en una imagen de archivo.
24/10/2025
Catedràtic d'Història i Institucions Econòmiques del Departament d'Economia i Empresa de la Universitat Pompeu Fabra. Director d'ESCI-UPF
3 min

Los últimos premios Nobel de economía han sido una sucesión de regalos para la historia económica. Hace tres años fue Ben Bernanke, con una tesis doctoral enormemente influyente sobre la política monetaria durante la Gran Depresión que fue el fundamento de las políticas expansivas que permitieron salir rápidamente de la Gran Recesión. Es uno de los casos en los que el estudio del pasado y su mejor comprensión han permitido desplegar mejores políticas monetarias en el presente. El propio Bernanke fue el encargado de pilotar la Reserva Federal en algunos de sus peores momentos, minimizó el impacto de la crisis y evitó que se convirtiera en una nueva Gran Depresión. Hace dos años tuvimos a Claudia Goldin, que ha estudiado la mejora de la educación femenina en Estados Unidos desde el siglo XIX y ha podido documentar cómo se insería en el mercado de trabajo, cómo lograba la mejora de sus remuneraciones y por qué persistían las desigualdades retributivas. Hace uno, Daron Acemoglu, James A. Robinson y Simon Johnson le recibieron para explicar cómo se forman las instituciones y cómo afectan a la prosperidad de los países. Este año, la mitad del premio ha ido a Joel Mokyr por explicar los prerrequisitos tecnológicos del crecimiento económico sostenido. La otra mitad –Philippe Aghion y Peter Howitt– ha reivindicado un concepto tan dinámico y desquiciante como es la "destrucción creativa", de matriz schumpeteriana: otra guiño a los clásicos de la historia económica.

Todos los casos son contribuciones que se alejan de los apriorismos y de los dogmatismos, como nos gusta a los historiadores económicos. Pero están llenos de fuertes convicciones cívicas y de servicio público. Muchos son faros del mundo donde vivimos: la necesaria prudencia de la política monetaria, la benéfica inserción y progreso laboral de la mujer, la indispensabilidad de instituciones inclusivas (representativas y con seguridad jurídica para toda la ciudadanía), y la bondad de la curiosidad por el conocimiento, que no debe detenerse por todo concepto y visionarios. En el mundo en que vivimos algunos de estos valores parecen muy cuestionados. Una política monetaria prudente y conocedora de las lecciones del pasado es atacada por el presidente de EE.UU. La progresiva mejora de la calificación profesional femenina aparece como amenazante a ojos machistas, acostumbrados al monopolio del conocimiento y del poder. Unas instituciones representativas que proporcionan seguridad jurídica para todos se consideran, para sorpresa de sus moderados defensores, "comunistas", según algunos dirigentes políticos del más alto nivel. La libertad de pensamiento y experimentación que floreció en Gran Bretaña del siglo XVIII sería ahora mal vista por muchos, incluso por muchos connacionales. Los logros empresariales basados ​​en nuevas tecnologías nos fascinan y, al mismo tiempo, nos asustan.

¿Qué nos está pasando? El miedo a los cambios y su velocidad explica gran parte de la inquietud del mundo contemporáneo. Los cambios pueden ser percibidos como amenazadores para muchos: pérdida de privilegios, pérdida de poder, pérdida de influencia, pérdida de relevancia, pérdida de significación. Este miedo nos parece inadmisible cuando es aprovechado por los más poderosos, que le agitan para pedir más poder para ellos. Pero deberíamos tener cuidado de no criminalizar el miedo a los cambios de los menos poderosos, que pueden sentirse mucho más amenazados de lo que podríamos pensar. Los movimientos que nos parecen reaccionarios, regresivos e involucionistas merecen atención y no menospreciación ni indiferencia. Los miedos son grandes activadores de la acción colectiva. Los movimientos más desquiciantes de la historia contemporánea son acumulaciones de miedos condensados ​​por dirigentes muy atrevidos y sin escrúpulos, pero que han sabido llevarse consensos ciudadanos inimaginables. No nos negamos a analizarlos, a entender sus raíces. Veremos lo poderosa que es la inseguridad personal, la amenaza al derecho de propiedad, la amenaza de expropiación, la amenaza de pérdida de privilegios, o la amenaza de desclasamiento social. ¿Qué traumas y miedos dan la vuelta a las prioridades morales de la ciudadanía? Una visión desapasionada –investigadora– debe ayudarnos a encontrar más luz para entender qué está pasando. Las descalificaciones no ayudan. Pensar, analizar y entender, sí. Esto vale para la inmigración y quienes la demonizan o idealizan, para la retracción de la oferta de pisos de alquiler, para el miedo al cambio tecnológico que amenaza posiciones establecidas pero también activa nuevas ilusiones y capacidades. Desde la historia económica se nos ofrecen miradas más desapasionadas –quizás demasiado incluso–, pero ricas en comprensión y flexibilidad mental. Y, ahora, las necesitamos mucho.

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