Cuando el Espíritu enciende la esperanza la bondad se abre camino

Un retrato del papa León XIV da la bienvenida a los católicos en la catedral de San Esteban de Brisbane, Australia, el 9 de mayo.
09/05/2025
2 min

Hay momentos en la historia que saben a primavera. El comienzo de este nuevo pontificado es uno de ellos. Con el corazón encendido y los ojos abiertos, reconocemos que el Espíritu Santo ha vuelto a sorprendernos. Ha levantado a la Iglesia, nos ha puesto en camino y ha revelado que la esperanza no es un sueño ingenuo, sino una fuerza que levanta a los pueblos, que hace andar a los cansados ​​y que enciende la luz en medio de la oscuridad.

Este papa llega como signo de esta esperanza. Un hombre sencillo, cercano, profundamente evangélico, que sigue con humildad y firmeza los caminos abiertos por el papa Francisco. Pero lo hace con su propio estilo: con el corazón en las periferias, con los pies en el barro de la historia y con las manos abiertas a todos, sin excluir a nadie. El inicio de su ministerio ha estado marcado por un mensaje contundente: el mundo no se cambia con fuerza, sino con bondad; no con prepotencia, sino con servicio; no con violencia, sino con paz.

Su nombre, León, resuena con fuerza en la memoria eclesial. Nos remite a León XIII, el papa de la Rerum novarum, padre del pensamiento social de la Iglesia, defensor de los derechos de los trabajadores y anunciador profético de una Iglesia comprometida con la justicia y la paz. Asumir ese nombre no es casualidad: es una declaración de principios, una alianza con la tradición viva de la doctrina social que pone en el centro la dignidad humana y el bien común.

Este papa ha hecho suya la sinodalidad como estilo de gobernar y de vivir. Una Iglesia que anda junta, que escucha, que no impone, sino que acompaña. Ha querido mostrar desde el primer momento que la comunión no es uniformidad sino la riqueza de abrazar las diferencias con amor. Insistió en que hay que ser misioneros sin miedo, salir sin calcular, amar sin condiciones. Y lo hace con el rostro amable del Evangelio, con la sonrisa de un Dios que se hace cercano y anda con su pueblo.

Vivimos tiempos de inestabilidad, de guerras que sangran pueblos enteros, de discursos que excluyen, de sistemas que pisan los más débiles. Pero este papa, como un nuevo Francisco –y acompañado por el propio Francisco desde el cielo–, nos recuerda que la bondad puede ser contrapeso frente al peso brutal de la injusticia. Que la paz no es utopía, sino camino. Que los pequeños pueden ser luz en medio de la noche.

Pedimos al Espíritu Santo que le guíe y lo sostenga. E invocamos también la presencia de fray León, el amigo fiel de san Francisco, para que sea el compañero silencioso de este nuevo camino: uno desde el cielo, el otro desde la tierra, uniendo la historia y la eternidad en una misma misión de amor. Que juntos hagan posible una Iglesia que late con un solo corazón y una sola alma, como soñaba san Agustín. Una Iglesia que acoge, que escucha, que acompaña y hace posible el Reino aquí y ahora.

Este es el tiempo de la bondad. Éste es el tiempo del Espíritu. Y nosotros, como pueblo, decimos con fuerza: ¡aquí nos tienes, envíanos!

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