Johan Neeskens en 2003 cuando era entrenador del Nijmegen holandés.
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Estaba perdidamente enamorado todo el mundo, los hombres y las mujeres. Centrocampista total del fútbol total de Holanda del 74, sex symbol del barcelonismo de los años setenta y apellido símbolo de la primera oposición en Núñez. En más de un armario debe de haber todavía una carpeta de cartón con los apuntes del instituto forrada con aironfix y fotos de Johan Neeskens.

Vivió su juventud al igual que chutaba los penaltis, haciéndoles la raya en medio, a media altura, todo hacia dentro, pelota y portero, se tiraba por el suelo para robar el balón al contrario en untacklelimpio, novedad en el fútbol español de la época, siempre con la camiseta por fuera y los tobillos vendados de blanco por encima de las medias azulgranas. Neeskens le decía al central Migueli: “Miguel, no te preocupes que del medio campo no va a pasar nadie. Y si ocurre, te llegará bastante tocado”.

El Barça le fichó en el verano del 74. Neeskens había quedado detrás de Cruyff y Beckenbauer en la clasificación de mejores jugadores del Mundial de Alemania. Lo llevaron para ganar la Copa de Europa, con Cruyff y Sotil, pero los papeles del peruano (otro que había enamorado a los espíritus más sensibles de la grada) para hacerlo español no llegaron, y ese Barça cayó en semifinales en la noche de Sant Jordi del 75 ante el Leeds United. Cruyff, Neeskens y Michels lo llamaron “el clan holandés”. Y eso que Armand Carabén aclaró un día: “Entre Cruyff y Neeskens hay tantas o más diferencias que las que pueda haber entre, por ejemplo, Rifé y Rexach, los dos de casa”.

Si alguna vez el Camp Nou ha recordado un campo inglés ha sido las noches en las que todo el campo cantaba su apellido alargando la primera sílaba. Un grito que resonó en mayo del 79 en la plaza de Sant Jaume, frente a Tarradellas, junto al más explícito “Neeskens sí, Núñez, ¡no!” Neeskens lo dio todo, y por eso le amamos mucho.

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