El nuevo presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, anunció ayer el regreso de su país a la "diplomacia", un nuevo paso para deshacer la herencia del trumpismo en el ámbito internacional, marcada por una mezcla de aislacionismo nacionalista y unilateralismo. De hecho, el mismo Biden ya anticipó el regreso de Washington al multilateralismo al firmar el regreso al Acuerdo de París contra la crisis climática y a organismos como la Organización Mundial de la Salud. Ahora, sin embargo, llega la hora de la verdad, y es cuando la nueva administración tiene que redefinir su posición, por ejemplo en el avispero del Próximo Oriente y las relaciones que quiera establecer con la Unión Europea (con quien Trump ha mantenido una relación distante y problemática), Rusia y China.
En el caso ruso, Biden ya ha ofrecido la renovación del tratado de desarme nuclear hasta 2026, a la vez que mantiene una posición crítica con el Kremlin por la oleada represiva desencadenada en torno a la detención y condena del opositor Aleksei Navalni. Tanto en este caso como en el de China, Biden tendrá que hacer equilibrios para mantener buenas relaciones a la vez que enarbola la defensa de los valores democráticos occidentales.
Donde sí que se prevé un cambio es en la relación con uno de sus aliados estratégicos en Próximo Oriente, Arabia Saudí. Biden ha congelado alguno de los contratos de compra de armamento de Riad, que encabeza una coalición de estados árabes que apoyan al gobierno del depuesto presidente Al-Hadi en lo que en realidad es una guerra encubierta contra Irán, que apoya al otro bando. Entremedias, organizaciones como Amnistía Internacional denuncian que la mayoría de víctimas son población civil y no militar. Biden quiere acabar con el alineamiento de Washington con Arabia Saudí (y de paso también con Israel, puesto que el hecho de tener Teherán como enemigo común los ha convertido en aliados) y abrir un periodo de distensión con el régimen de los ayatolás en la línea de lo que había hecho Obama. El nuevo presidente nunca se ha sentido cómodo con los métodos de la dictadura saudí, y protestó enérgicamente por el asesinato del periodista Jamal Khashoggi, supuestamente ordenado por el príncipe Mohamed bin Salman, actual hombre fuerte de Arabia Saudí.
Este cambio ejemplifica mejor que nada el regreso de los Estados Unidos al multilateralismo, puesto que apostar por el Tratado de No Proliferación Nuclear significa volver a trabajar codo en codo con las cancillerías europeas, que trabajaron de lo lindo para conseguir el acuerdo del cual después Trump se desmarcó. No será fácil, sin embargo, convencer a Teherán que también tiene que hacer gestos y demostrar a la comunidad internacional que tiene que parar su programa de enriquecimiento de uranio. Y, finalmente, habrá que ver cómo acaba afectando este giro a las relaciones entre los Estados Unidos e Israel, a pesar de que en este campo los expertos son más escépticos respecto a un cambio profundo de la política norteamericana.
En todo caso, hay que saludar este regreso de los Estados Unidos a la diplomacia y esperar que la Unión Europea aproveche la oportunidad para volver a ocupar un lugar destacado en el tablero internacional junto a su aliado.