Vacunas primero, euforia después

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Imagen de la macrofesta de esta madrugada al paseo Lluís Companys de Barcelona

Un nuevo repunte de contagios sería una mala señal, tanto por sus efectos reales (aunque fueran limitados, puesto que los colectivos de más riesgo son los que empiezan a estar vacunados) como por los anímicos y económicos. Si de golpe diéramos un paso colectivo atrás y los índices sanitarios volvieran a crecer, fácilmente se podría trasladar un mensaje a la comunidad internacional que Catalunya y España vuelven a no ser seguras, con el efecto que esto podría tener sobre el turismo. El mensaje optimista, incluso demasiado optimista, que este lunes ha lanzado el presidente español, Pedro Sánchez, según el cual en agosto ya habremos conseguido la inmunidad de grupo, tiene mucho que ver con las ganas de dar una imagen internacional de seguridad. Y se entiende: a corto plazo, el regreso del turismo es un factor importante para facilitar la salida de la crisis. Pero este mensaje puede girarse en contra si la realidad sanitaria lo desmiente en las próximas semanas. Porque de hecho vienen unas semanas clave en que la vacunación tiene que pasar por delante de una desescalada demasiado rápida, tal como reclama, por ejemplo, el sector del ocio nocturno, que desde el julio pasado no ha podido abrir las puertas.

Las imágenes de este fin de semana de aglomeraciones y euforia ciudadana nocturna sin cumplir con las mínimas indicaciones de seguridad sanitaria no son un buen indicio. Son comprensibles las ganas de pasar página de la pandemia, pero nos guste o no, no se puede hacer de golpe. La apertura del ocio nocturno tendrá que ser gradual. Entre otros motivos porque el covid-19 continúa aquí: las UCI no se han vaciado, continúa habiendo muertos cada día por coronavirus y los contagios todavía se cuentan por centenares al día. El ritmo de vacunación, afortunadamente, ahora es alto: 13.000 primeras dosis en las últimas 24 horas, y esta semana ya se ha empezado con las personas de 56 a 59 años. En todo caso, a los colectivos por debajo de esta franja de edad, mayoritariamente no vacunados, se les tiene que pedir un último esfuerzo de contención. El hecho de que ya no haya estado de alarma y que, por lo tanto, se empiecen a retomar con normalidad algunos aspectos de la sociabilidad nocturna no quiere decir que no se tengan que mantener las esenciales normas de prevención, empezando por la mascarilla y continuando por los grupos burbuja. No podemos confundir el fin del estado de alarma con el fin de la pandemia.

Este mismo lunes, el periodista Carles Francino, desde su altavoz radiofónico de la Cadena SER, volvía al trabajo recordando cómo de mal lo ha pasado como enfermo de covid, y deseando que su caso sirva para que no bajemos la guardia y para que no olvidemos el trabajo ingente y persistente del personal sanitario. A los que cada día continúan luchando cuerpo a cuerpo contra el virus les cuesta mucho de entender ciertas actitudes frívolas que no se tendrían que repetir las próximas noches. Como tampoco es admisible la instrumentalización política chapucera que el PP está haciendo de este momento tan delicado como arma arrojadiza contra el gobierno español. Un partido que en Madrid ha hecho bandera electoral de una gestión laxa con el virus, probablemente beneficiándose de las medidas más estrictas del resto de España, no puede dar ahora muchas lecciones. Una vez más, hay que apelar a la responsabilidad individual y colectiva si queremos salir de verdad airosos de la pandemia y de la crisis.

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