Dos derechas y dos izquierdas

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Javier Milei y Santiago Abascal, en la convención de Vox en Madrid

La extrema derecha tiene grandes expectativas en relación a las próximas elecciones europeas. El encuentro de líderes del pasado fin de semana en Madrid, con la presencia del presidente argentino, Javier Milei, va mucho más allá de un acto de apoyo a Vox. Es una demostración de fuerza. Quieren dejar claro que ya no son una opción residual o marginal, tanto en Europa como en el resto del mundo. Si tomamos en consideración las importantes variaciones que ha experimentado la aritmética parlamentaria a lo largo de la última década en Europa, es obvio que el envalentonamiento de estas formaciones está justificado (la nueva moda periodística es escribir que "sacan pecho"; nosotros no la seguimos, esa moda). ¿Significa todo esto que "la derecha" avanza y "la izquierda" retrocede? Podría ser. En todo caso, si lo planteamos de esta forma hay cosas que después no se entienden.

Las ideologías políticas experimentan con frecuencia transformaciones que tienen mucho que ver con hechos decepcionantemente contingentes. Las mentalidades, en cambio, poseen un lento y subterráneo recorrido. Es probable –resulta difícil asegurarlo sin disponer de perspectiva– que estemos asistiendo más bien a un cambio de mentalidad más que a una mera transformación ideológica. En cualquier caso, la dicotomía clásica derecha/izquierda presenta hoy diversas bifurcaciones. Hay una derecha que deriva del liberalismo anglosajón, o de la democracia cristiana alemana o italiana, o del republicanismo francés de orden. Llamarla simplemente "moderada" no nos permite comprender gran cosa de lo que está pasando, porque todo esto no va de moderación o radicalismo. Hay otra derecha que proviene, en cambio, de la herencia ideológica de los totalitarismos de la década de 1930. Aunque pueda parecer lo contrario, poco tiene que ver con la primera: la CDU alemana (democristianos), por ejemplo, es una cosa, y el NPD (ultraderechistas) otra. Cuando nos preguntamos si "la derecha" sube o baja, debemos tener en cuenta, pues, que estamos empleando un sujeto equívoco, que estamos englobando cosas distintas. Lo mismo podemos decir en relación con la izquierda, obviamente: hay una que deriva del progresismo de matriz ilustrada y que tiene como horizonte político (y moral) el concepto de igualdad, mientras que existe otra que proviene en general de los movimientos contraculturales y alternativos de la década de 1970 y se basa en el concepto de diferencia. Una de las principales zonas de fricción de estas dos esferas tiene que ver con el género, y ha terminado generando una línea divisoria importante en el seno del feminismo.

Nos encontramos, pues, ante una cuádruple división, aunque preferimos hacer ver que las cosas siguen igual. No es así, sin embargo. De hecho, la insistencia a no querer admitir este cambio hace que fenómenos tan diversos como las revueltas de los chalecos amarillos en Francia o de los campesinos en Catalunya nos cojan con el paso cambiado, por no mencionar que en las elecciones del pasado 12 de mayo Vox fue la segunda fuerza política en los barrios más pobres de toda Catalunya, con un 13%. Una manera bastante idiota de resolver todo esto es afirmar que los campesinos están contra el medio ambiente, que los autóctonos de los barrios depauperados se han vuelto de repente nazis xenófobos, etc. Yo diría que las cosas son un poco más complicadas, a pesar de los cada vez menos creíbles juegos de manos conceptuales utilizados para no movernos mentalmente de donde estamos. Se avecinan unas elecciones europeas en las que, muy probablemente, uno de los movimientos emergentes sea... el antieuropeísmo. En vez de acusar a los votantes de estar ofuscados, ¿no sería acaso más inteligente preguntarse si esta Europa no se está transformando en una monstruosa máquina burocrática que tiene como única ideología una mezcla de corrección política y abulia?

Lo mismo podríamos decir de diversas formaciones políticas que en estos momentos, y a consecuencia de una bofetada electoral más o menos intensa, se están repensando. No se trata de decir si son de derechas o izquierdas, sino a qué tipo de derecha o izquierda se adscriben en realidad. De hecho, hay una pregunta un tanto brusca, pero necesaria, que conviene responder antes de redactar cualquier programa político (todos suenan más o menos igual): ¿a quién pretenden representar? Está muy bien decir "a todos los catalanes", o cosas por el estilo, pero todos sabemos que las inquietudes o las expectativas de unos poco tienen que ver con los de otros. Volviendo al ejemplo de los campesinos, no es lo mismo entender la naturaleza como un medio de subsistencia que como un entretenimiento de fin de semana. Esto ocurre aquí y en toda Europa. Podríamos decir exactamente lo mismo de otros muchos temas. ¿A quién quieren representar entonces? ¿Y a quién no?

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