Un inicio de año nuevo con un cambio radical en la presidencia de EE.UU. y con un nuevo gobierno de la Comisión Europea nos interpela directamente. En poco tiempo –horas en algunos casos, semanas en otros– todas las expectativas de los principales actores del mundo se han redefinido. ¿Cómo nos afectarán los cambios que se han anunciado?
EEUU gana relevancia. Los cambios anunciados a escala global son de gran trascendencia, apuntando a un incremento del proteccionismo, un apoyo activo a las grandes empresas estadounidenses, un replanteamiento de los conflictos bélicos en curso, una liquidación del multilateralismo empezando por las mismas instituciones que lo gestionaban, una drástica discriminación entre amigos y no amigos, un menosprecio de los interlocutores insignificantes y, en general, lo que podríamos llamar una política de fuerzaConviene no perder de vista los pésimos precedentes históricos de los años veinte y treinta del siglo XX: aislacionismo de EEUU combinado con liderazgo industrial y tecnológico La Unión Europea pierde relevancia. la contribución británica, que ha sido un empobrecimiento indiscutible que no se ha aprovechado para reforzar la cohesión interna, y muchos estados han descubierto que les gusta la música el estado primero, que viene, justamente, de EE.UU. El pulso europeo pasa por horas bajas. La integración europea se frenará. La experiencia de los fondos Next Generation-EU habrá reforzado a los estados pero sin resolver demasiados problemas. Quizás, en el desaguisado interno de la UE, habrá tratado de corregir algunos, no los más urgentes, aunque sí eran importantes.
Uno urgente, pero poco apreciado en el extremo suroccidental de Europa, es la amenaza de guerra. Cataluña, y todo el Estado, han vivido el siglo XX y lo que llevamos del siglo XXI, al margen de los grandes conflictos militares acaecidos en nuestro entorno europeo y mediterráneo. La Unión Europea no puede dar la espalda a la necesidad de mantener y defender su integridad territorial y cultural y, por tanto, de disponer de capacidad de defensa propia. Y nosotros no podemos ignorarlo. Ciertamente, encarar este desafío supondrá un reforzamiento de los estados, que colaborarán, aunque sea con dificultades, a nivel comunitario o de la OTAN. Lo que seguro que no será es una oportunidad para Catalunya de mayor autogobierno o independencia, pero sí podría haber una apuesta con mayor decisión para fortalecer su industria con la tecnología más avanzada posible.
Los estados miembros de la UE son muy sensibles a las pérdidas de soberanía por transferencia de la misma a la UE. Reaccionan recuperando poderes en su esfera interna. Las unidades subestatales pierden competencias e importancia. Los pequeños estados independientes, en cambio, ganan mucha, dado que pueden hablar de tú a tú con los estados grandes. Pensemos, por ejemplo, en Malta y Cataluña. Para Catalunya esto son malas noticias desde ambos puntos de vista. Los ciclos de mayor integración europea se han acabado con recortes de la autonomía de las unidades subestatales. Esta tendencia puede acelerarse y nos coge con el paso cambiado. El Proceso acabó sin ganancias para Catalunya y, en cambio, con pérdidas bien concretas, como las sedes empresariales, el prestigio del catalán y, lo que suele olvidarse, el miedo y la tibieza de la administración autonómica, que quedó traumatizada y paralizada por la experiencia de la aplicación del artículo 155 de la Constitución española. Las quejas sobre la burocratización y la lentitud administrativa tienen que ver con un funcionariado que ha adquirido conciencia de que debe ser escrupuloso, hasta el exceso, en la aplicación de la normativa vigente por miedo a lo que pueda ocurrir y por las resistencias a los cambios.
La revolución tecnológica que vivimos cambia completamente los paradigmas de la actividad empresarial, de las oportunidades de trabajo, de la vida de las personas y, en general, de cómo será el futuro, desde el más inmediato hasta los más remotos horizontes vitales. Justamente, esto hace más urgente la digitalización masiva y la educación rigurosa. Todos los esfuerzos por aportar más felicidad a la infancia ya la adolescencia no pueden realizarse en detrimento de la importancia y la trascendencia del estudio, la formación y la capacitación profesional e investigadora. Ahora conocemos mucho mejor que hace unos años los países y culturas que sobresalen en este campo, y no podemos perder ni un minuto en reforzarnos en uno de los pocos ámbitos donde los obstáculos políticos no son la principal causa de nuestros problemas.
Desgraciadamente, ahora que hay tanta conciencia sobre la necesidad de mejorar cuantitativa y cualitativamente nuestro estado del bienestar, podría muy bien que las urgencias financieras y militares acabaran forzando una nueva contención del gasto social para destinarlo a otros cuestiones. Más vale que empecemos a hacernos cargo.