La demografía es un factor determinante en la evolución de la economía y la sociedad. Si considero el mundo en su globalidad, la centralidad del reto climático hace muy deseable que la población llegue lo antes posible al crecimiento cero. Ahora somos 8000 millones de personas. Afortunadamente, las previsiones demográficas nos indican que la población se estabilizará antes de finales del siglo, con probabilidades de que esté por debajo de los 10.000 millones. Y con la certeza de un aumento más que proporcional de la población africana que, los expertos nos dicen, puede pasar de representar a una quinta parte de la población mundial a un cuarto en el 2050 ya un tercio en el 2100.
Hoy me referiré en Europa. En un próximo artículo el foco será Catalunya.
En la UE-27 viven 447 millones de personas, un 5,5% de la población mundial. Sin una inflexión positiva en la tasa de recepción de inmigrantes, o una improbable mejora de una natalidad ahora muy inferior a la tasa de mantenimiento, la población de la UE acabará situándose por debajo del 5% de la mundial. Si, como algunos quisieran, cerráramos el acceso de inmigrantes a la UE, su población en términos absolutos bajaría sin límite.
¿Nos debe preocupar este panorama? Pienso que sí. Por tres tipos de razones:
1. Sin inmigración, la transición hacia un nuevo equilibrio con menor población puede ser muy problemática. Por ejemplo, la sostenibilidad de la deuda: si la caída de población arrastra el PIB a la baja, la deuda que viene del pasado pesa más como proporción del PIB. El reto de la financiación de las pensiones con una población envejecida –la situación actual, con inmigración y todo– se ha señalado repetidamente. ¿Y quién cuidará a la población envejecida? ¿Robots? No es lo que a mí, como jubilado, me gustaría.
2. El informe Letta (Mucho más que un mercado) ha dejado bien claro que si Europa quiere ser competitiva en el mundo –hecho necesario para su progreso económico y social– debe llegar a ser un espacio económico tan integrado como el americano o el chino. Pero eso no es suficiente. También debe ser grande, que mantenga o, mejor aún, que aumente su dimensión. Si lo desea, que recupere la pérdida que vino con el Brexit. El volumen de población favorece la dimensión. Un gran mercado interno promueve la competitividad. En muchos sectores ayuda a generar empresas lo suficientemente grandes para dar el salto hacia los mercados internacionales. Pero al mismo tiempo limita la probabilidad de que lo ganado con ello no se pierda al mismo tiempo por una disminución del grado de competencia en el mercado interior.
3. Quizá la razón de mayor fuerza sea geopolítica. El mundo se está haciendo muy peligroso para la UE. Tenemos una frontera oriental con potencia nuclear y hostil. Y una frontera mediterránea con un continente políticamente inestable y en explosión demográfica. Es un continente donde, dada nuestra historia, no es lógico que nos quieran mucho. Por si fuera poco, el nuevo presidente de EEUU tampoco nos aprecia. Es probable que rehuya ofrecer garantías de seguridad en Ucrania en el contexto de un acuerdo de armisticio. No dude que tratará de profundizar en el Brexit. Y encima –no es broma– quiere hacerse con Groenlandia aprovechando su indefinición dentro de la UE. Ante todo esto no podemos permitirnos, además, hacernos más pequeños. Si lo hiciéramos, en el mejor de los casos, dentro de unas décadas no estaríamos empujando nuestros presupuestos de defensa y seguridad hacia un 2% del PIB sino hacia más y más.
Mi conclusión, pues, es que Europa debería tener una política proinmigración. ¿De dónde vendrán los inmigrantes? En principio de todas partes. Pero quiero hacer constar que sería un error tener un sesgo contra la inmigración africana. Ésta tiene la virtud de ayudar en ambos continentes, pero también de establecer una red de relaciones humanas –y de transferencias monetarias privadas y públicas– que pueden estimular un clima de buenas relaciones con un vecindario clave para Europa.
Hoy Europa no tiene esta política. ¿La tendrá? No sé, pero me gustaría pensar que llegará el día en que las consecuencias de no tenerla serán tan evidentes que seremos capaces de articular una política ordenada que anticipe las necesidades de orden social, cultural, de vivienda, y también políticas, que irán apareciendo. Lo suficientemente ordenada para contener las pulsiones populistas. Pero confieso que mi sesgo cognitivo es creer que lo necesario se acabó haciendo y haciendo bien. Temo que la evidencia no me acompaña. ¿Pero cuál es la alternativa? ¿Empetitirnos? ¿Convivir con el espectáculo horroroso y vergonzoso de las muertes en el mar?